(Daniel Bellón)
Como de costumbre, mientras nos emperramos en debates sobre "cambios de régimen", "golpes de estado"virtuales, "pesca del salmón", y esas cositas tan entretenidas, van y nos la meten doblada. Resulta que, con la nocturnidad habitual ha sido aprobado un
reglamento que amenaza nuestra intimidad y nuestras libertades en la red, que es tanto como decir en la calle.
Este reglamento permite a un "agente" sin autorización ni tutela judicial monitorizar todas tus comunicaciones privadas en Internet. Se reconoce que el contenido de los e-mail sólo podrá ser intervenido por medio de una orden judicial, pero en nuestra opinión, el derecho al secreto de las comunicaciones que recoge el art. 18.3 de nuestra consitución, no sólo afecta al qué cuento en mis correos, sino a quien se lo cuento. Imagínense que en la oficina de correos hubiese un "agente" que, sin orden judicial previa, fuera tomando nota de los destinatarios de sus cartas en una bonita libreta de tapas duras. ¿Les gustaría?. Visto en términos de "mundo ladrillo" nos resulta al menos chocante ¿no? La
Asociación de Internautas ya ha iniciado las
acciones legales contra este reglamento, desde aquí nuestro apoyo.
Y ¿es esto importante? Uy, mucho. Ya lo decía el viejo dicho:
"Dime con quien andas...", esta información debidamente cruzada puede dejar al desnudo partes de tu vida que estás muy lejos de considerar públicas.
Sombra Digital nos deja una
muestra de las consecuencias que normas como esta pueden tener...
El colectivo ciberpunk, ha iniciado una
campaña, contra la trazabilidad de nuestras comunicaciones privadas sin orden judicial y animan a todos los ciudadanos conscientes de los peligros que estas políticas suponen para nuestras libertades a elevar quejas al Defensor del pueblo.
La trazabilidad es una palabra de moda: por ejemplo, se habla de la "trazabilidad" de un tomate o de un filete, que es lo que nos permitiría saber de donde viene, cuando se recogió o se mató, cuando se envasó, etc...Traza, según el
Diccionario de la Academia de la Lengua significa, entre otras cosas
"huella, vestigio, señal, rastro". Ese rastro es nuestro, de cada cual, privado, algo que a veces
deseamos compartir y otras veces no. En todo caso, no debe estar sujeto a vigilancia sin orden judicial.
La campaña está en marcha.
Mientras tanto, a mí todo este asunto me ha traido a la cabeza un poema muy triste de
Bertolt Brecht. Que no nos tengamos que ver así:
Esto me enseñaron
Sepárate de tus compañeros de estación.
Vete de mañana a la ciudad con la chaqueta abrochada,
búscate un alojamiento, y cuando llame a él tu compañero
no le abras.¡Oh, no le abras la puerta!
Al contrario,
borra todas las huellas.
Si encuentras a tus padres en la ciudad de Hamburgo, o donde sea,
pasa a su lado como un extraño, dobla la esquina, no los reconozcas.
Baja el ala del sombrero que te regalaron.
No muestres tu cara ¡Oh, no muestres tu cara!
Al contrario,
borra todas las huellas.
Come toda la carne que puedas. No ahorres.
Entra en todas las casas, cuando llueva, siéntate en cualquier silla,
pero no te quedes sentado. Y no te olvides el sombrero.
Hazme caso:
borra todas las huellas.
Lo que digas, no lo digas dos veces.
Si otro dice tu pensamiento, niégalo.
Quien no dio su firma, quien no dejó foto alguna,
quien no estuvo presente, quien no dijo nada,
¿cómo puede ser cogido?
Borra todas las huellas.
Cuando creas que vas a morir, cuídate
de que no te pongan losa sepulcral que traicione donde estás,
con su escritura clara, que te denuncia,
con el año de tu muerte, que te entrega.
Otra vez lo digo:
borra todas las huellas
(Esto me enseñaron)
1926, del Libro de lectura para los habitantes de las ciudades, versión de Jesús López Pacheco sobre la traducción directa del alemán de Vicente Romano
(Por Agustín Bethencourt)
En Canarias conviven dos maneras de asomarse a la realidad circundante. Actúan, aparentemente, de forma paralela, pero cada una de ellas se entreteje en casi cada acción, en cada decisión, en cada problema en que se ve inmersa la comunidad.
1. Un cartesianismo hispanizado: que ha nacido y se ha desarrollado como producto de la actividad intelectual de unas clases dominantes con mentalidad criolla, que han tomado como dogma de fe las ideas llegadas desde Europa y que, sintiéndose incapaces de pensar por sí mismas, toman prestada la interpretación que se hace desde España de estas ideas, haciéndola propia, no por digestión, sino por implantación (como quien se hace implantar un tercer brazo).
2. Un pensamiento empírico: que ha nacido y se ha desarrollado como producto de las vivencias de la comunidad, con sus diferentes clases, conflictos, avances, etapas históricas...
La segunda perspectiva es constantemente despreciada o, como mucho, traducida a los esquemas más arriba mencionados por los portadores de las ideas razonables. Estos últimos, casualmente, coinciden con el punto de vista oficial (universidad, instituciones públicas, medios de comunicación de fuerte implantación, etc.) En la medida en que una realidad social del Archipiélago no coincide con el esquema hispánico-cartesiano (o no se encuentra la manera de traducirlo" al mismo), ésta es automáticamente silenciada por local o insignificante.
La primera verdad sigue funcionando como modelo de análisis de la realidad canaria. A la segunda verdad se le niega públicamente la posibilidad de ser(lo); esto, explica, en gran medida, el divorcio que existe en nuestra comunidad entre la producción inmediata (servicios, fundamentalmente) y la producción intelectual.
La primera verdad no entraña un mejor conocimiento de la segunda, sino que con una óptica descentrada, jerarquizada y anquilosada (desde fuera, desde arriba y sin aceptar, siquiera, la posibilidad de un dinámico pensamiento empírico canario), intenta (auto)imponer(se) una perspectiva que, por rígida y por alejada de la realidad que se supone pretende estudiar, no está en condiciones de aportar soluciones a los problemas que la sociedad canaria contemporánea tiene ante sí."
(por Manuel de la Rosa Hernández) (*)
Las cifras de pobreza están en torno a las 400.000 personas, la quinta parte de la población de las islas. Estas cifras no son muy palpables en la calle, pero cuando unas familias pobres sufren algún percance (suelen ser las primeras en sufrirlo) como le ha pasado a la familia de José, Caterina y sus hijos, los pobres se hacen visibles. Ha ocurrido en un municipio gobernado por los socialistas. Podría haber sido en cualquier municipio de Canarias.
Recientemente se celebró la reunión internacional auspiciada en Tenerife, con Bill Clinton como principal invitado, en la que se habló de la pobreza en el mundo, sin hablar de las causas que la producen. Ni hubo referencia a la abundante pobreza de su propio país como se ha reflejado con el huracán Katrina o a la que se sufre en las islas producto de un huracán no menos desbastador como lo es el insolidario capitalismo, versión modelo de desarrollo dependiente de Canarias.
Recientemente también el Presidente del Gobierno Canario, señalaba que la pobreza era una de las cuestiones pendientes en el Archipiélago. Debe haberle impactado la preocupación social expresada por el ex mandatario de EEUU. Es repudiable que en la primera potencia mundial haya millones de pobres. Pero no lo es menos que en unas islas con gran crecimiento económico reflejado en su PIB, donde se mueven ingentes sumas de dinero vía la RIC, el REA u otras prebendas del capitalista, o los beneficios derivados de los doce millones de turistas que pasan al año por las islas,... se den situaciones de máxima pobreza entre muchos de sus habitantes. Esto se tiene que terminar. No podemos seguir tolerando la existencia de bolsas de pobreza, marginación y exclusión social en Canarias.
Bien, todo esto lo provoca el sistema económico-social imperante, pero no nos debemos conformar, debemos ver como transformar esa realidad de injusticias y desigualdades sociales. Debemos exigir que se pongan en marcha políticas que tengan en cuenta estas situaciones, partiendo de las necesidades y demandas sociales, tomando aquellas medidas que conduzcan a su resolución, entre otras:
a) Ir a políticas de pobreza cero. Ello implica que familias como las de José y Caterina tienen que contar con unos recursos de amparo mínimos. Las actuales pensiones no contributivas y otras fórmulas similares deben sustituirse por otras aportaciones que cubran las necesidades básicas.
b) Establecer un plan de construcción y habilitación de las viviendas de las personas necesitadas. Ningún pobre debe estar sin techo o viviendo malamente. Por supuesto que se les debe garantizar las viviendas sociales a todos los que la hayan obtenido en algún momento, nada de desahucios.
c) Fomentar el empleo social permanente, afrontando con personas paradas aquellas obras y servicios públicos necesarios en los barrios, pueblos y ciudades.
d) Ayudar al mantenimiento y potenciación de actividades económicas primarias y tradicionales, agricultura, ganadería, pesca, artesanía,...
e) Asistencia a todas las necesidades de los mayores y personas impedidas con las ayudas de personal y materiales que les sean menester.
f) Poner en marcha guarderías públicas que cubran la demanda social.
Deben establecerse las medidas de tipo político, jurídico, legislativo,... que permitan avanzar a una solución adecuada de estas situaciones. La principal medida debe ser el empleo digno, pero también hay que ser conciente de que muchas personas no pueden por diversas circunstancias afrontar un empleo remunerado y tienen que contar sin embargo con los recursos adecuados para subsistir dignamente. En este caso debemos levantar la exigencia de unas medidas sociales que afronten su situación.
El establecimiento de un salario social o renta básica, más allá del debate que podamos establecer entorno a lo adecuado o no de estas medidas, es imprescindible ante la realidad cotidiana de gente como José y Caterina que demandan una solución urgente a sus situaciones de desamparo. Levantar una propuesta que se pueda llevar a cabo al día de hoy debe ser una de las prioridades que afrontemos los movimientos sociales en Canarias ahora.
Más temprano que tarde, pues los Josés y las Caterinas malviven a nuestro lado y no les soluciona nada ni su lamento ni el nuestro. Tendría que verse como se articularía esta exigencia. Se podría en primer lugar concretar su contenido, ver a quienes acogería la medida y como la pondríamos en marcha. En estos tiempos en que prodigan encuentros, reuniones, asambleas,... debemos poner en el orden del día esta cuestión solidaria.
Todo colectivo social (vecinal, sindical, ecologista, ciudadano,...) debe ponerla en su agenda. Porque la pobreza también existe y es insostenible, sobre todo para quienes la padecen en sus carnes. Las fórmulas para ponerla en marcha, una vez acordados los previos necesarios antes dichos, pueden ser múltiples; basta recordar los procesos desarrollados para otras cuestiones, ya sean mediante ILPs, recogidas de firmas, pronunciamientos institucionales, movilizaciones sociales...
Probablemente serán necesarios y urgentes todos ellos y más, para afrontar una cuestión de este calibre. Es clave partir para ello de la participación activa de los propios interesados y beneficiarios directos de la misma para que no se convierta una vez más en una burda maniobra clientelar de cualquier tipo. En una sociedad con predominio de la marginalidad y la exclusión se dificulta la puesta en marcha de un proceso de emancipación social.
Es una gran responsabilidad de todos cuantos estamos por la justicia social y la solidaridad el empezar a concretar los pasos para que una propuesta de ese tipo no se quede en agua de borraja. Luchar contra la pobreza debe ser una prioridad social en estos momentos en Canarias.
- - -
(*)
Artículo extraído de Rebelión, publicado el 06/09/2005.
(Por Agustín Bethencourt)
Extraño título a primera vista. Artículo sobre política, seguro. Un loco independentista (¿existen estas palabras por separado en Canarias?) será el autor. ¿Y a dónde vamos a parar nosotros sin España o fuera de ella? ¿Cómo vivir fuera de España en el económico sentido? ¿Mirar para África?: valiente tontería. Continente de pobres, hambres y guerras que toca a nuestras puertas a bordo de una patera. ¿Asustar al turismo, quizás? Pero si vivimos del turismo, ¿a quién se le ocurre?
No voy a entrar ahora en lo verdadero (o no) de estas afirmaciones y preguntas que seguro que ha oído usted alguna vez, de sus labios, de los de su interlocutor o de los de un opinante ocasional. Forman parte de nuestro paisaje habitual. Eso es lo que me interesa ahora resaltar. Y es por eso que titular este artículo como lo he hecho puede parecer una osadía. El asunto, sin embargo, es otro.
A lo largo de mi vida, he tenido la ocasión de conocer el modo de vida de diferentes países: España, Bélgica, Rusia y, claro está, mi archipiélago natal, Canarias. De todos ellos he aprendido cosas positivas y en todos ellos he podido constatar algo tan evidente como que cada país tiene su propia cruz. Su problema con mayúsculas o, mejor dicho, su constelación de problemas. Surcos que ha dejado la historia y que siguen sin solución.
Si tuviera que resumir lo más importante de mi experiencia en estos lugares (y las dimensiones de una publicación periódica incluso de una digital- obligan a ello) lo haría de la siguiente manera: En España (entiéndase por España, la España peninsular) aprendí que ser canario me hacía distinto de las personas que me rodeaban, a pesar de hablar la misma lengua. En Bélgica, aprendí lo que significaba la tradición católica: a pesar de vivir en un país cuya lengua estaba perfeccionando y que conocía hacía poco, mi condición de canario (pueblo de tradición católica, y hablo ahora de la religión en su sentido sociológico y cultural, y no en su sentido teológico o moral) me acercaba bastante al modo de vida belga, cosa que no siempre se podía decir de los inmigrantes marroquíes y turcos que habitaban la Comuna de Schaarbeek, donde yo vivía. Esto es, un conjunto de valores (desde la arquitectura a los iconos culturales) me resultaban familiares. En Rusia, por último, he aprendido la fuerza del cristianismo (más allá de las diferencias entre protestantes, católicos u ortodoxos) y de la tradición grecolatina, en su vertiente oriental, en este caso. También, claro está, lo que significa vivir en un país con tradición imperialista y con una vertiente asiática desconocida para mí hasta que llegué a él. Ricas experiencias que nunca podré agradecer del todo, me parece. Producto de la constancia y de la tenacidad, claro está, pero también de la suerte.
No sé si fue Unamuno quien dijo aquello de que el nacionalismo se cura viajando. En cualquier caso, es una frase que sale a colación con bastante frecuencia en los textos de los intelectuales canarios. El nacionalismo se cura viajando. A mí me ha ocurrido eso. Aunque no en el sentido en el que se suele emplear en nuestro país (abro aquí un paréntesis para decir que frente a las palabras nación o región, es esta la única que me ofrece la auténtica dimensión del lugar en el que nací). Efectivamente, viajando he descubierto que en Canarias la perspectiva dominante en los diferentes ámbitos (cultural, político, económico, etc.) es la perspectiva españolista. España es el icono cultural en el que se miran muchos canarios. Es allí donde se supone que están las mejores universidades, los mejores medios de comunicación y editoriales, los más eminentes intelectuales y la economía más potente. No es esto lo que yo he descubierto viviendo en diferentes países y conociendo sus respectivas maneras de ver el mundo.
España (me refiero ahora al Estado Español como institución social) es un país que ha vivido en las últimas décadas una enorme revolución en los ámbitos económico y de las infraestructuras. No así en el de las mentalidades. Es así normal encontrar a personas de mediana edad que apenas han salido de la piel de toro e incluso a jóvenes (y ha sido esto algo que me ha hecho pensar mucho) que, incluso habiendo viajado, lo han hecho con el aparente propósito de comprobar que los españoles somos las personas más sociables, tenemos el mejor clima y la mejor gastronomía. El mejor nivel de vida, llaman a eso algunos. Me ahorro los comentarios por falta de espacio y por entender que los lectores sacarán sus propias conclusiones mejor que yo.
Es decir: el icono cultural de un canario es un espacio humano encerrado en gran medida en sí mismo y que vive de sus propios tópicos. ¿Y qué diferencia hay con Canarias?, cabe preguntarse.
En mi opinión, Canarias tiene unas carencias institucionales y de infraestructuras bastante evidentes. Por institucional entiendo aquí, la manera de ejercer la política y su turbia mezcla con el mundo de los negocios; la eterna manera de entender la política y los negocios como un extender la mano para recibir de ese modo una pequeña parte de lo que ha volado (o nunca ha aterrizado) en manos de las multinacionales del turismo. Por infraestructuras entiendo aquí, no sólo y no tanto la construcción de carreteras, puertos o de pistas de aeropuerto, como la evidente carencia de soluciones imaginativas a la realidad insular (servicios de transportes interinsulares demasiado caros para el sueldo medio del archipiélago, medios de comunicación ensimismados en la realidad local y que no informan de lo que ocurren en el conjunto de Canarias). Estas carencias existen, y no seré yo quien venga a negarlas. Pero junto con esto, ha habido una revolución en las mentalidades (pensemos en un joven canario de los años 50 y en un joven canario de hoy) que no está siendo suficientemente valorada. El canario está muy abierto a las realidades externas al archipiélago, tiene ansias de viaje y de conocimiento (otra cosa es que con su sueldo se pueda permitir un viaje o comprarse un libro) y valora lo foráneo como algo novedoso a tener en cuenta. En otras palabras, estamos en mejores condiciones para adaptarnos a los cambios bruscos del mundo del siglo XXI que los ciudadanos de otros puntos del planeta.
¿Y qué nos impide progresar, entonces? Centrándonos ahora en las posibilidades de cada persona para progresar y adaptarse a los cambios arriba mencionados, un lastre evidente es, en mi opinión, lo que alguien llamó en su momento el coste de la españolidad. Decíamos que España es un país en gran medida todavía muy autocomplaciente y, añado ahora, chauvinista. Y que para la mayoría de los canarios es este grupo humano el espejo en el que mirarse. Pues bien, sin entrar en detalles sobre lo que significa la investigación, el desarrollo universitario o los estudios interculturales, es un hecho conocido que España es un país de peso medio en el conjunto de la Unión Europea y bastante atrasado en lo que al conocimiento se refiere (científico y no sólo) a nivel mundial.
Los canarios debemos tener como un objetivo primordial en nuestro sistema educativo el conocimiento (real, y no para el examen de turno) de dos o más lenguas extranjeras. El acceso a productos culturales de otros ámbitos que no sean el exclusivo y estrecho del Estado español depende de ello. Si no damos estas herramientas a nuestros jóvenes de hoy, si no desespañolizamos Canarias, nuestros jóvenes seguirán teniendo como icono cultural un ámbito limitado a una sola lengua y a una percepción tópica de sí misma.
Sólo entonces, con esta amplitud de miras, podrá Canarias aportar soluciones imaginativas a sus problemas reales, a la realidad plurinacional del conjunto del Estado y a la Unión Europea.
De lo contrario, los cada vez mejor preparados jóvenes canarios se verán abocados a trabajar en el sector servicios, único sector capaz ahora mismo de absorber grandes masas de mano de obra, o a emigrar, engrosando de este modo la segunda oleada de emigración intelectual canaria.
De nosotros depende: o superar el techo de la españolidad, o continuar siendo el solarium de Europa otra generación más.
(Por el Profesor Ruano)
2.2. José Alberto Trujillo Fagundo
Decíamos ayer que la llamada de Isabelita desde Valle Gran Rey, isla de La Gomera, me trajo a la memoria también un segundo hecho, aunque cronológicamente anterior a lo dicho más arriba.
Corría, casi se escapaba ya, el año 1973. El 20 de Diciembre una célula de ETA mató al almirante Carrero Blanco, persona de la mayor confianza de don Francisco (también conocido como el general Franco), dictador de las Españas. Coincidentemente, ese día nos hallábamos en Madrid un grupo de profesores de la UNED (Universidad de Educación a Distancia) de Las Palmas de Gran Canaria con el fin de recibir un cursillo de orientación para regentar tutorías a los alumnos de Canarias que decidiesen estudiar a través de esta modalidad universitaria no necesariamente presencial.
El Centro grancanario, pionero en Canarias de estas características, estaba regentado por don Cristóbal García Blairzi, ex-Delegado de Educación de la provincia de Las Palmas, persona capacitada y con vocación por la cosa docente. Al ser el único Centro en Canarias tenía carácter pancanario (aún no han nacido las Autonomías) por lo que venían alumnos de todas las islas para recibir orientación tutorial. No parece necesario aclarar que procurábamos aligerar el ajetreo viario de los alumnos de fuera de Gran Canaria, para evitar gastos a los estudiantes adultos, generalmente trabajadores en sus propias islas.
Las Clases comenzaron en Enero, según dispuso el ministro de Educación don Julio Rodríguez. Pero esta innovación no fraguaría y en los cursos subsiguientes el año escolar coincidiría con el resto de la enseñanza.
El día que impartí la primera clase-orientación quincenal sobre Prehistoria tuve una novedosa impresión, pues las persona que estaban ante mí no era la clásica pollería de 14 a 18 años del Instituto de Bachillerato de Tafira-Gran Canaria o, sólo tres cursos antes, del San Diego de Alcalá en Fuerteventura. No, eran jóvenes entre los veinticinco y los sesenta. ¡Qué maravilla! Impartí una clase nueva. Me imaginaba que aquellas personas estaban allí por decisión propia, sin presiones de sus padres; que deseaban aprender cuanto más en el menor tiempo posible para trabajar, disfrutando, en una profesión que la vida les había impedido realizar hasta ese momento. Mi obligación era dar el doscientos por ciento durante hora y media.
En primera fila estaba don Agustín Bosch Millares, afamado médico grancanario, que me había atendido siendo niño, cuando iba con mi madre a su consulta de la calle Cano de nuestra capital. ¡Increíble! El alumno estaba orgulloso de impartir clase a su maestro. Hablando luego con él me enteré de que había elegido una materia en la UNED, la Prehistoria, porque así realizaba su hobby preferido, ¡no su profesión, claro!, que era dedicarle algunas horas al estudio de los hallazgos antiguos. Es una constante que se repite en gran parte de la humanidad: no sólo alargamos la vida a través de nuestros antepasados y descendientes, sino que también lo hacemos introduciéndonos en el estudio de la Prehistoria, de la Arqueología, de la Etnología, etc. Este primer contacto duró más de dos horas, pues quien más quien menos deseaba ampliar algunos conceptos. La anécdota de la jornada fue la intervención de un joven que deseaba conocer el origen de la vida. ¡Ya me gustaría a mí conocerlo!, le respondí. Aquí nos conformamos con investigar el origen del Hombre. Don Agustín nos sacó del apuro, pues nos dio unas nociones sobre el tema, al mismo tiempo que citó bibliografía conveniente al caso.
En la capital de España y otros menesteres nos habían prometido el mes anterior que nos enviarían con la mayor celeridad reproducciones de material prehistórico, pues la mejor forma de estudiar la talla o el pulimento del material lítico era palpándolo. ¡Nuestro gozo en un pozo y nuestra alegría en una galería! Durante cinco años estuvimos esperando el material arqueológico sucedáneo, que nunca llegó. Y de la misma forma que yo me cansé de impartir sólo teoría y me dediqué exclusivamente a la enseñanza media después de cinco años en la UNED, algunos alumnos que comenzaron ilusionados con la materia, al no ser condicio sine qua non para sus estudios posteriores o porque la brega diaria del duro trabajo dificultaba enormemente llegar a nuevas metas, abandonarían durante el primer año. Así, de una veintena que empezaron, siguieron cursos más avanzados alrededor de una docena, es decir, los que tenían aspiraciones, tiempo y voluntad para licenciarse en Historia.
Desde el primer momento de aquel día de Enero de 1974 me llamó la atención un joven que, lleno de entusiasmo, intervenía pidiendo aclaraciones, amplificaciones y profundizaciones y, al final, nos quedamos charlando un buen rato hasta pasada ampliamente la hora de la cena. Me dijo que era gomero, que tenía una enorme ilusión por aprender esta materia y dedicar su tiempo a la búsqueda científica de restos aborígenes. Lo animé a seguir y le di bibliografía complementaria, preferentemente sobre excavaciones arqueológicas, no imprescindible en la acción tutorial, pero sí interesante en casos concretos.
Su nombre era José Alberto Trujillo Fagundo.
José Alberto no se presentó a los exámenes. Era previsible. Al escaso tiempo disponible para la preparación de las materias se unían las enormes dificultades que tendría un gomero, sin aeropuerto, sin conexiones marítimas con Gran Canaria y muy anticuadas con Tenerife, para desplazarse no ya con regularidad sino incluso de tarde en tarde. A partir de entonces José Alberto me comunicaba por carta las ilusiones cumplidas. Escribía algún trabajo y lo enviaba a la prensa santacrucera. Me envió un libro de signo turístico sobre La Gomera. Me lo leí con entusiasmo, pues era una isla bastante desconocida para mí. Me prometió que vendría unos días a Gran Canaria, a donde lo invité. Me prometió que vendría este año, o el otro, o el otro. Y así, Diciembre tras Diciembre, charlábamos unos minutos.
José Alberto tenía gran interés en que me desplazara a su isla. Le prometí que lo haría. Intentaría hacerlo este año, o el otro, o el otro. Y de esta manera, fueron pasando lustros y decenios. Nunca más lo vi personalmente, pero cada principios de Diciembre recibía puntual una felicitación de Navidad deseándome las mayores felicidades. Lo agradecía infinito y cada mediados del mismo mes, dada mi natural desidia por enviar tarjetas si bien al principio alguna mandé--, le telefoneaba y conversábamos unos minutos. Me decía que vivía con una tía, anciana, mayor que su madre, y que la buena señora nos invitaba a mi esposa y a mí a pasar unos días en Hermigua. Le prometí que lo haría este año, o el otro, o el otro. La verdad es que el presupuesto de una familia de ocho miembros no permite muchos dispendios. Su tía falleció, pérdida que sentí como persona muy estimada.
Nunca me dijo que estuviera enfermo ni que vendría a Gran Canaria para una intervención quirúrgica. Quizá no le dio mucha importancia a aquella mancha en la piel. Melanoma la llaman. Además, el especialista que lo operó de las llagas y le practicó una gangliectomía linfática le dijo que tuviera confianza, pues se iba a curar.
En Diciembre de 2002 lo llamé por teléfono para agradecerle su felicitación. Fue la última vez que hablamos. Nunca más supe de él. Veamos cómo puede explicarse esto.
Desde 1997 mi esposa y yo nos trasladábamos en Semana Santa a Estados Unidos para acompañar unos días a nuestra hija Déborah, quien, desde su plaza de Profesora Agregada en el Instituto de Bachillerato de Puerto del Rosario, en Fuerteventura, fue contratada para impartir clases en California. En el verano de 2000, nuestra hija se casaría con Mr. Rogers, James Rogers, joven abogado californiano, en la hermosísima iglesia del barrio de San Lorenzo, de Las Palmas de Gran Canaria. Pero a partir de 2001, coincidiendo con mi jubilación y la llegada de nuestro primer nieto, el canario-californiano Francisco Javier, señor de las travesuras, nos trasladamos al Oeste de EE.UU. al menos dos veces al año y por períodos prolongados. En la primavera de 2003 le nacería una hermanita a la que le puso el nombre de Ana Alicia, en honor a las abuelas, la grancanaria y la californiana. Como resultado, nuestras visitas al far-west se hacían más frecuentes y prolongadas, pues nuestra hija necesitaba apoyo, o bien tendría que dejar su trabajo, y eso en el mundo desarrollado y en pleno siglo XXI deviene en debacle económica.
Y entre idas y venidas pasó el año. A tal punto que el espacio de tiempo entre nuestro regreso en Diciembre, con el fin de celebrar las Navidades y Año Nuevo con la grey familiar, y la ida nuevamente en Enero de 2004, no fue superior a quince días. Ni tiempo para recuperarnos del jet lag. Eché en falta la tarjeta navideña de José Alberto, aunque supuse que estaría entre las otras junto al arbolito pseudovegetal que iluminaba el comedor. Como no respondía a mi llamada, lo dejé por imposible. ¡Bastante ajetreo tendrá estos días!, pensé. Desde California le hice otra llamada, pero coincidía con la hora del descanso, pues en Canarias es ocho horas más tarde con respecto al horario californiano, y tampoco obtuve respuesta. -¡Bien, lo llamaré a la vuelta!. Y así, la vuelta y la ida volvieron a repetirse, hasta que en el verano, después de marcharse la familia canario-californiana --que vinieron a pasar con nosotros dos meses playeros--, y en vista de que las ocupaciones de José Alberto no le permitían coger el teléfono, decidí cumplir mi promesa.
-¡Qué sorpresa se va a llevar cuando nos vea aparecer por su casa de El Convento dentro de diez días!, le comenté a mi esposa. Eran los últimos días de Agosto.
Salimos de Tafira Baja de madrugada hacia Agaete, para dirigirnos a Santa Cruz, desde donde el coche nos llevaría a Los Cristianos y, en un periquete, a San Sebastián. Todo era salir y llegar.
La noche anterior localicé un hospedaje, no en San Sebastián como tenía pensado, sino en Valle Gran Rey. Isabelita, la suegra de don Diego Negrín hijo, nos lo puso así de fácil: En la playa de La Caleta, capital del Municipio, teníamos un apartamento a nuestra disposición. Más sencillo, imposible. Deber obliga.
Nada más llegar a la capital gomera, ligeramente orientados, nos dirigimos, por la carretera que lleva al Norte, hacia la Villa de Hermigua. ¡No quería retrasar el momento de saludar a José Alberto! Seguro que su rostro, con cincuenta y tantos años sobre la espalda, irradiaba bondad, ilusión y alegría, lo mismo que treinta años atrás. ¡El Valle de Hermigua! ¡Espero que la realidad supere en hermosura al hermoso valle que yo había visto en fotos!
Llegamos a la villa a la hora de la siesta. Paré junto a un barcito tranquilo y solitario. Pregunté al joven barman (probablemente, hijo del dueño), que me contesta: -- No, yo no sé quién es; pero si es de por aquí, este hombre le puede decir. Conoce a todo el mundo.
En la penumbra casi, veo a una persona; a primera vista asemeja unos sesenta y cinco años, que repite para sí a media voz: --¿José Alberto Trujillo, de El Convento?
--¡Sí, el mismo!
--¿Qué la madre está enferma y Laureano, el otro hijo, se la llevó a una residencia en Santa Cruz?
--Yo no sé nada de su madre ni del hermano...
--José Alberto se murió.
--¡Vamos, hombre, déjese de bromas! ¿Cómo va a morirse una persona de cincuentipico diaños? Y agarrándome a un clavo ardiendo: -- ¿Cuál es el segundo apellido?, le pregunté.
--A ver....huummm....¡Fagundo!
Sentí como si una piedra me golpeara fuertemente en la cabeza. Estaba aturdido, añurgado. Podría ser una coincidencia. ¡Estas existen! Y si no, vean:
Unos días antes, cuando intentaba localizar a la familia Negrín, de Vallehermoso, como no respondían al teléfono, llamé a información dando los apellidos y el nombre de uno de los hijos. Y mire por donde, me dan el teléfono...de otra persona cuyo nombre y apellidos son los mismos pero que ni siquiera son parientes. Esta coincidencia es común en Canarias ya que durante la conquista, el padrino, español, cristiano viejo, daba su apellido al aborigen insular cristianizado, y en un mismo pueblo se repetía este apellido docenas de veces. Es decir, tantas veces como ahijados tuviera.
Era mi último cartucho.
Me subí al coche. Dimos la vuelta para regresar a la zona de El Convento, que habíamos visto al pasar. Llamé a la puerta de su casa, contigua al convento, pero nadie contestó. Finalmente lo hice en la casa de al lado, después de cruzar un patio sombreado. Eran las tres y veinte de la tarde. Salió una señora muy amable quien nos pidió que no alzásemos la voz porque su madre, anciana, estaba descansando. Con voz más bien trémula le pregunté por José Alberto. Me confirmó la triste noticia. Ella era prima y me atestiguó que un melanoma acabó con él de forma fulminante. Era lo que sabía. Que un hermano de él, Laureano, trabajaba en CajaCanarias, en Santa Cruz, a donde se había llevado a su madre que estaba enferma, pues los medios de la capital de la provincia son superiores a los existentes aquí.
Tardé varios meses en llamar a don Laureano Trujillo Fagundo. No me fue fácil tragar aquella píldora que las Parcas me habían mostrado con la mayor naturalidad. Me aclaró los últimos momentos de su hermano. Dice que, efectivamente, estuvo en Gran Canaria donde fue tratado y regresó, esperanzado, a La Gomera; pero todo fue inútil. Quizá José Alberto no debió coger tanto rayo de sol directamente. Aunque persona de inteligencia superior a la normal que había hecho dos cursos de medicina, prefirió quedarse al cuidado del patrimonio familiar. Pudo más en él el amor a su familia, a sus gentes y a su pueblo. Se consideró siempre joven y no temía exponer su piel a la continua influencia de los rayos ultravioletas. Pero la Naturaleza sigue su curso. Me viene a la mente aquel cuento en el que los distintos elementos compiten para capear al caminante. Lo intenta el agua; lo intenta el viento, y finalmente lo hace el sol. Sólo el astro gigante pudo vencer la resistencia del caminante, que se vio forzado a quitarse la capa. Pero es que la capa y la piel son cosas distintas.... Quizás José Alberto no debió competir con el padre astral. ¿Acáso Zeus estaba celoso del olímpico desprecio que José Alberto sentía por el padre de los dioses? Como fuere, se cumplió su destino.
Me queda una duda. José Alberto asistió a la consulta médica en Las Palmas de Gran Canaria estando yo en California. ¿Intentó ponerse en contacto conmigo, buscando confiar en un amigo, o, llevado de su noble carácter, no quiso molestarme con majaderías de un enfermo? Nunca lo sabré, pero sí me queda la tristeza de no haberlo visto, siquiera fuese una vez, antes de que iniciara su viaje hacia la vía estrellada a la que todos partiremos más temprano o más tarde.
Si hubiese hablado con él, le habría dicho: --José Alberto, estoy seguro de que usted ha elegido al mejor profesional, pero ello no obstaculiza que también vayamos a ver a otro profesional serio, sabio naturópata, amigo mío, que quizá pueda colaborar en su recuperación. Cuatro ojos ven más que dos. Esas y otras cosas le habría dicho para animarlo a visitar a esta persona. Sé que no me habría hecho caso. Estoy acostumbrado. Ya he perdido a varios amigos y algún familiar sin que me hayan dado la oportunidad de hacer algo por ellos. ¡Y eso es muy triste!
¡Sí, muy triste!