La desespañolización de Canarias
(Por Agustín Bethencourt)
Extraño título a primera vista. Artículo sobre política, seguro. Un loco independentista (¿existen estas palabras por separado en Canarias?) será el autor. ¿Y a dónde vamos a parar nosotros sin España o fuera de ella? ¿Cómo vivir fuera de España en el económico sentido? ¿Mirar para África?: valiente tontería. Continente de pobres, hambres y guerras que toca a nuestras puertas a bordo de una patera. ¿Asustar al turismo, quizás? Pero si vivimos del turismo, ¿a quién se le ocurre?
No voy a entrar ahora en lo verdadero (o no) de estas afirmaciones y preguntas que seguro que ha oído usted alguna vez, de sus labios, de los de su interlocutor o de los de un opinante ocasional. Forman parte de nuestro paisaje habitual. Eso es lo que me interesa ahora resaltar. Y es por eso que titular este artículo como lo he hecho puede parecer una osadía. El asunto, sin embargo, es otro.
A lo largo de mi vida, he tenido la ocasión de conocer el modo de vida de diferentes países: España, Bélgica, Rusia y, claro está, mi archipiélago natal, Canarias. De todos ellos he aprendido cosas positivas y en todos ellos he podido constatar algo tan evidente como que cada país tiene su propia cruz. Su problema con mayúsculas o, mejor dicho, su constelación de problemas. Surcos que ha dejado la historia y que siguen sin solución.
Si tuviera que resumir lo más importante de mi experiencia en estos lugares (y las dimensiones de una publicación periódica incluso de una digital- obligan a ello) lo haría de la siguiente manera: En España (entiéndase por España, la España peninsular) aprendí que ser canario me hacía distinto de las personas que me rodeaban, a pesar de hablar la misma lengua. En Bélgica, aprendí lo que significaba la tradición católica: a pesar de vivir en un país cuya lengua estaba perfeccionando y que conocía hacía poco, mi condición de canario (pueblo de tradición católica, y hablo ahora de la religión en su sentido sociológico y cultural, y no en su sentido teológico o moral) me acercaba bastante al modo de vida belga, cosa que no siempre se podía decir de los inmigrantes marroquíes y turcos que habitaban la Comuna de Schaarbeek, donde yo vivía. Esto es, un conjunto de valores (desde la arquitectura a los iconos culturales) me resultaban familiares. En Rusia, por último, he aprendido la fuerza del cristianismo (más allá de las diferencias entre protestantes, católicos u ortodoxos) y de la tradición grecolatina, en su vertiente oriental, en este caso. También, claro está, lo que significa vivir en un país con tradición imperialista y con una vertiente asiática desconocida para mí hasta que llegué a él. Ricas experiencias que nunca podré agradecer del todo, me parece. Producto de la constancia y de la tenacidad, claro está, pero también de la suerte.
No sé si fue Unamuno quien dijo aquello de que el nacionalismo se cura viajando. En cualquier caso, es una frase que sale a colación con bastante frecuencia en los textos de los intelectuales canarios. El nacionalismo se cura viajando. A mí me ha ocurrido eso. Aunque no en el sentido en el que se suele emplear en nuestro país (abro aquí un paréntesis para decir que frente a las palabras nación o región, es esta la única que me ofrece la auténtica dimensión del lugar en el que nací). Efectivamente, viajando he descubierto que en Canarias la perspectiva dominante en los diferentes ámbitos (cultural, político, económico, etc.) es la perspectiva españolista. España es el icono cultural en el que se miran muchos canarios. Es allí donde se supone que están las mejores universidades, los mejores medios de comunicación y editoriales, los más eminentes intelectuales y la economía más potente. No es esto lo que yo he descubierto viviendo en diferentes países y conociendo sus respectivas maneras de ver el mundo.
España (me refiero ahora al Estado Español como institución social) es un país que ha vivido en las últimas décadas una enorme revolución en los ámbitos económico y de las infraestructuras. No así en el de las mentalidades. Es así normal encontrar a personas de mediana edad que apenas han salido de la piel de toro e incluso a jóvenes (y ha sido esto algo que me ha hecho pensar mucho) que, incluso habiendo viajado, lo han hecho con el aparente propósito de comprobar que los españoles somos las personas más sociables, tenemos el mejor clima y la mejor gastronomía. El mejor nivel de vida, llaman a eso algunos. Me ahorro los comentarios por falta de espacio y por entender que los lectores sacarán sus propias conclusiones mejor que yo.
Es decir: el icono cultural de un canario es un espacio humano encerrado en gran medida en sí mismo y que vive de sus propios tópicos. ¿Y qué diferencia hay con Canarias?, cabe preguntarse.
En mi opinión, Canarias tiene unas carencias institucionales y de infraestructuras bastante evidentes. Por institucional entiendo aquí, la manera de ejercer la política y su turbia mezcla con el mundo de los negocios; la eterna manera de entender la política y los negocios como un extender la mano para recibir de ese modo una pequeña parte de lo que ha volado (o nunca ha aterrizado) en manos de las multinacionales del turismo. Por infraestructuras entiendo aquí, no sólo y no tanto la construcción de carreteras, puertos o de pistas de aeropuerto, como la evidente carencia de soluciones imaginativas a la realidad insular (servicios de transportes interinsulares demasiado caros para el sueldo medio del archipiélago, medios de comunicación ensimismados en la realidad local y que no informan de lo que ocurren en el conjunto de Canarias). Estas carencias existen, y no seré yo quien venga a negarlas. Pero junto con esto, ha habido una revolución en las mentalidades (pensemos en un joven canario de los años 50 y en un joven canario de hoy) que no está siendo suficientemente valorada. El canario está muy abierto a las realidades externas al archipiélago, tiene ansias de viaje y de conocimiento (otra cosa es que con su sueldo se pueda permitir un viaje o comprarse un libro) y valora lo foráneo como algo novedoso a tener en cuenta. En otras palabras, estamos en mejores condiciones para adaptarnos a los cambios bruscos del mundo del siglo XXI que los ciudadanos de otros puntos del planeta.
¿Y qué nos impide progresar, entonces? Centrándonos ahora en las posibilidades de cada persona para progresar y adaptarse a los cambios arriba mencionados, un lastre evidente es, en mi opinión, lo que alguien llamó en su momento el coste de la españolidad. Decíamos que España es un país en gran medida todavía muy autocomplaciente y, añado ahora, chauvinista. Y que para la mayoría de los canarios es este grupo humano el espejo en el que mirarse. Pues bien, sin entrar en detalles sobre lo que significa la investigación, el desarrollo universitario o los estudios interculturales, es un hecho conocido que España es un país de peso medio en el conjunto de la Unión Europea y bastante atrasado en lo que al conocimiento se refiere (científico y no sólo) a nivel mundial.
Los canarios debemos tener como un objetivo primordial en nuestro sistema educativo el conocimiento (real, y no para el examen de turno) de dos o más lenguas extranjeras. El acceso a productos culturales de otros ámbitos que no sean el exclusivo y estrecho del Estado español depende de ello. Si no damos estas herramientas a nuestros jóvenes de hoy, si no desespañolizamos Canarias, nuestros jóvenes seguirán teniendo como icono cultural un ámbito limitado a una sola lengua y a una percepción tópica de sí misma.
Sólo entonces, con esta amplitud de miras, podrá Canarias aportar soluciones imaginativas a sus problemas reales, a la realidad plurinacional del conjunto del Estado y a la Unión Europea.
De lo contrario, los cada vez mejor preparados jóvenes canarios se verán abocados a trabajar en el sector servicios, único sector capaz ahora mismo de absorber grandes masas de mano de obra, o a emigrar, engrosando de este modo la segunda oleada de emigración intelectual canaria.
De nosotros depende: o superar el techo de la españolidad, o continuar siendo el solarium de Europa otra generación más.
Extraño título a primera vista. Artículo sobre política, seguro. Un loco independentista (¿existen estas palabras por separado en Canarias?) será el autor. ¿Y a dónde vamos a parar nosotros sin España o fuera de ella? ¿Cómo vivir fuera de España en el económico sentido? ¿Mirar para África?: valiente tontería. Continente de pobres, hambres y guerras que toca a nuestras puertas a bordo de una patera. ¿Asustar al turismo, quizás? Pero si vivimos del turismo, ¿a quién se le ocurre?
No voy a entrar ahora en lo verdadero (o no) de estas afirmaciones y preguntas que seguro que ha oído usted alguna vez, de sus labios, de los de su interlocutor o de los de un opinante ocasional. Forman parte de nuestro paisaje habitual. Eso es lo que me interesa ahora resaltar. Y es por eso que titular este artículo como lo he hecho puede parecer una osadía. El asunto, sin embargo, es otro.
A lo largo de mi vida, he tenido la ocasión de conocer el modo de vida de diferentes países: España, Bélgica, Rusia y, claro está, mi archipiélago natal, Canarias. De todos ellos he aprendido cosas positivas y en todos ellos he podido constatar algo tan evidente como que cada país tiene su propia cruz. Su problema con mayúsculas o, mejor dicho, su constelación de problemas. Surcos que ha dejado la historia y que siguen sin solución.
Si tuviera que resumir lo más importante de mi experiencia en estos lugares (y las dimensiones de una publicación periódica incluso de una digital- obligan a ello) lo haría de la siguiente manera: En España (entiéndase por España, la España peninsular) aprendí que ser canario me hacía distinto de las personas que me rodeaban, a pesar de hablar la misma lengua. En Bélgica, aprendí lo que significaba la tradición católica: a pesar de vivir en un país cuya lengua estaba perfeccionando y que conocía hacía poco, mi condición de canario (pueblo de tradición católica, y hablo ahora de la religión en su sentido sociológico y cultural, y no en su sentido teológico o moral) me acercaba bastante al modo de vida belga, cosa que no siempre se podía decir de los inmigrantes marroquíes y turcos que habitaban la Comuna de Schaarbeek, donde yo vivía. Esto es, un conjunto de valores (desde la arquitectura a los iconos culturales) me resultaban familiares. En Rusia, por último, he aprendido la fuerza del cristianismo (más allá de las diferencias entre protestantes, católicos u ortodoxos) y de la tradición grecolatina, en su vertiente oriental, en este caso. También, claro está, lo que significa vivir en un país con tradición imperialista y con una vertiente asiática desconocida para mí hasta que llegué a él. Ricas experiencias que nunca podré agradecer del todo, me parece. Producto de la constancia y de la tenacidad, claro está, pero también de la suerte.
No sé si fue Unamuno quien dijo aquello de que el nacionalismo se cura viajando. En cualquier caso, es una frase que sale a colación con bastante frecuencia en los textos de los intelectuales canarios. El nacionalismo se cura viajando. A mí me ha ocurrido eso. Aunque no en el sentido en el que se suele emplear en nuestro país (abro aquí un paréntesis para decir que frente a las palabras nación o región, es esta la única que me ofrece la auténtica dimensión del lugar en el que nací). Efectivamente, viajando he descubierto que en Canarias la perspectiva dominante en los diferentes ámbitos (cultural, político, económico, etc.) es la perspectiva españolista. España es el icono cultural en el que se miran muchos canarios. Es allí donde se supone que están las mejores universidades, los mejores medios de comunicación y editoriales, los más eminentes intelectuales y la economía más potente. No es esto lo que yo he descubierto viviendo en diferentes países y conociendo sus respectivas maneras de ver el mundo.
España (me refiero ahora al Estado Español como institución social) es un país que ha vivido en las últimas décadas una enorme revolución en los ámbitos económico y de las infraestructuras. No así en el de las mentalidades. Es así normal encontrar a personas de mediana edad que apenas han salido de la piel de toro e incluso a jóvenes (y ha sido esto algo que me ha hecho pensar mucho) que, incluso habiendo viajado, lo han hecho con el aparente propósito de comprobar que los españoles somos las personas más sociables, tenemos el mejor clima y la mejor gastronomía. El mejor nivel de vida, llaman a eso algunos. Me ahorro los comentarios por falta de espacio y por entender que los lectores sacarán sus propias conclusiones mejor que yo.
Es decir: el icono cultural de un canario es un espacio humano encerrado en gran medida en sí mismo y que vive de sus propios tópicos. ¿Y qué diferencia hay con Canarias?, cabe preguntarse.
En mi opinión, Canarias tiene unas carencias institucionales y de infraestructuras bastante evidentes. Por institucional entiendo aquí, la manera de ejercer la política y su turbia mezcla con el mundo de los negocios; la eterna manera de entender la política y los negocios como un extender la mano para recibir de ese modo una pequeña parte de lo que ha volado (o nunca ha aterrizado) en manos de las multinacionales del turismo. Por infraestructuras entiendo aquí, no sólo y no tanto la construcción de carreteras, puertos o de pistas de aeropuerto, como la evidente carencia de soluciones imaginativas a la realidad insular (servicios de transportes interinsulares demasiado caros para el sueldo medio del archipiélago, medios de comunicación ensimismados en la realidad local y que no informan de lo que ocurren en el conjunto de Canarias). Estas carencias existen, y no seré yo quien venga a negarlas. Pero junto con esto, ha habido una revolución en las mentalidades (pensemos en un joven canario de los años 50 y en un joven canario de hoy) que no está siendo suficientemente valorada. El canario está muy abierto a las realidades externas al archipiélago, tiene ansias de viaje y de conocimiento (otra cosa es que con su sueldo se pueda permitir un viaje o comprarse un libro) y valora lo foráneo como algo novedoso a tener en cuenta. En otras palabras, estamos en mejores condiciones para adaptarnos a los cambios bruscos del mundo del siglo XXI que los ciudadanos de otros puntos del planeta.
¿Y qué nos impide progresar, entonces? Centrándonos ahora en las posibilidades de cada persona para progresar y adaptarse a los cambios arriba mencionados, un lastre evidente es, en mi opinión, lo que alguien llamó en su momento el coste de la españolidad. Decíamos que España es un país en gran medida todavía muy autocomplaciente y, añado ahora, chauvinista. Y que para la mayoría de los canarios es este grupo humano el espejo en el que mirarse. Pues bien, sin entrar en detalles sobre lo que significa la investigación, el desarrollo universitario o los estudios interculturales, es un hecho conocido que España es un país de peso medio en el conjunto de la Unión Europea y bastante atrasado en lo que al conocimiento se refiere (científico y no sólo) a nivel mundial.
Los canarios debemos tener como un objetivo primordial en nuestro sistema educativo el conocimiento (real, y no para el examen de turno) de dos o más lenguas extranjeras. El acceso a productos culturales de otros ámbitos que no sean el exclusivo y estrecho del Estado español depende de ello. Si no damos estas herramientas a nuestros jóvenes de hoy, si no desespañolizamos Canarias, nuestros jóvenes seguirán teniendo como icono cultural un ámbito limitado a una sola lengua y a una percepción tópica de sí misma.
Sólo entonces, con esta amplitud de miras, podrá Canarias aportar soluciones imaginativas a sus problemas reales, a la realidad plurinacional del conjunto del Estado y a la Unión Europea.
De lo contrario, los cada vez mejor preparados jóvenes canarios se verán abocados a trabajar en el sector servicios, único sector capaz ahora mismo de absorber grandes masas de mano de obra, o a emigrar, engrosando de este modo la segunda oleada de emigración intelectual canaria.
De nosotros depende: o superar el techo de la españolidad, o continuar siendo el solarium de Europa otra generación más.
14 comentarios
P. Tacoronte -
hideyoshi -
Bethencourt -
Me veo obligado -por muy buenos motivos- a tomarme un descanso y desconectar de Trapera hasta finales de agosto. No sé cuántas lenguas seré capaz de aprender a lo largo de mi vida, pero sí sé que mi futura esposa (futura hasta el próximo sábado) habla cinco, así que es un buen partido que no hay que dejar escapar (je, je).
Un fortísimo abrazo para todos y hasta pronto.
perera -
Por momentos me parece, re-repito, una idea importantísima; sí intuida en las palabras de otros en algún momento, pero nunca pensadas por mí más allá de dicha intuición.
Uff... ¿Tendré que ponerme a estudiar otras lenguas? Sí, y no... "Más de una lengua" no tiene por qué corresponderse con "hablar más de una lengua". ¿O sí? Me quedo pensando.
Luis -
P. Tacoronte -
Bethencourt (2) -
Habrir los horizontes nos llevará tiempo. Será cuestión de dos generaciones, como mínimo. En este contexto, no seremos nosotros quienes decidamos si hay o no que deseuropeizar Canarias. Creo (y me parece que así debe ser) que nosotros podremos abrir el camino de la desespañolización a las generaciones futuras, dándoles las herramientas del polilingüismo para que ellas puedan decidir qué Canarias quieren. Con amplitud de miras y de horizontes. Y con una perspectiva que parta de su realidad hacia el mundo.
Apuesta arriesgada y apasionante: ¿no te parece?
Abrazos para todos desde Babel.
Bethencourt -
Empezaré por lo poco que me parece claro: Hideyoshi, el estudio de la historia de Canarias me parece fundamental. Lo que podría, quizá, aportar un aire nuevo a ese estudio es lo que Eugenio Padorno ha llamado "la perspectiva canaria". De este modo, hablemos de lo que hablemos, de la historia de nuestro país o de la naturaleza en Siberia, podemos hacerlo desde una perspectiva determinada. La nuestra (psicológica, geográfica, históricamente, etc.). Una perspectiva que ha sido históricamente suplantada por la perspectiva españolista (a no confundir con la perspectiva española). Una perspectiva que han intentado hacer pasar por la nuestra (hasta el momento con bastante éxito). Estudiar nuestra historia: sí, por supuesto. Pero no sólo. Estudiarlo todo, como si de seres sedientos en pleno desierto se tratara: eso sí, adoptando una perspectiva que sea la nuestra, la que parta "desde" nuestra realidad, perspectiva capaz de llevarnos a los lugares más insospechados.
Gofredo famoso -
hideyoshi -
Luis -
perera -
Profesor Ruano -
En relación con los idiomas, es lo que siempre he dicho a mis alumnos y he procurado que mis hijos lleven a la práctica: quien más quien menos conoce dos o tres lenguas.
Profesor Bethencourt, prosiga. El mundo lo necesita. Canarias también.
P. Tacoronte -