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UN VERDADERO VALIENTE

Matías Escalera CorderoRebelión 

   El sargento en la reserva Itzik Shabbat, de 28 años y residente en Sderot, la ciudad sobre la cual las milicias palestinas disparan sus cohetes artesanales Qassam, es el primer desertor israelí en esta guerra, al desobedecer el llamamiento de miles de reservistas. “Sé que la gente me atacará por no participar en esto, cuando los Qassam caen sobre mi pueblo y los Katiusha sobre el norte de Israel - dijo al diario Haaretz -. Pero sólo el tipo de oposición que he elegido pondrá fin a esta locura y sacudirá la falsa idea de que todos apoyan esta guerra innecesaria” (La Vanguardia, 20/07/2007)

    La respuesta del sargento Shabbat, su aplomo y su convicción -también, su perplejidad-, me han traído a la memoria el aplomo, la convicción y la perplejidad de algunos de mis amigos eslovenos que, durante el mes que duró la guerra en su país, al comienzo de la gran devastación de la antigua Yugoslavia, me llamaban casi a diario para convencerse de que no eran unos traidores, que no estaban abandonando a sus familias y a su pueblo, por el hecho de no querer participar en aquel conflicto armado, que otros -las respectivas oligarquías nacionales- les habían preparado y organizado durante años…Nadie como ellos sabe lo que es enfrentarse a la incomprensión de los tuyos, al aislamiento y a la soledad -que es puro vacío- absoluta, a esa marea imparable de prejuicios, de irracionalidad y de fanatismo que acompaña a las guerras inducidas -y atizadas, sin descanso, por los que las provocan- para enfrentar a los pueblos en su exclusivo beneficio. Nadie como ellos sabe cuánto valor, inteligencia y fuerza interior se necesita para mantener la sensatez y la propia cordura, en medio de la enajenación y el despropósito generales, y saber distinguir la línea que separa la legítima defensa de la estúpida sumisión a consignas mentirosas, que oscurecen y ocultan la realidad incluso a las personas más sensibles e inteligentes de una comunidad.Recuerdo, ahora -al escribir y pensar acerca de ello-, mis visitas a Belgrado (a los encuentros trimestrales con los otros profesores españoles, en nuestra embajada) durante los años de preparación y gestación de la guerra; y me acuerdo de la paulatina e imparable metástasis que, en poquísimo tiempo, mató a la inteligencia serbia; cómo las personas más amables -entre gentes de por sí generosas y hospitalarias-, las más cultivadas e inteligentes -entre profesionales y universitarios excelentes- caían, poco a poco, en la red mortal y tramposa tendida por sus líderes, víctimas de la propaganda y de la sinrazón… Y tiemblo al pensar en lo fácil que es llevar a los pueblos a la guerra, lo sencillo que es devolverlos a la barbarie… No se imaginan lo fácil y sencillo que les resulta, si se lo proponen; yo lo he visto. En menos de tres años, gentes que ni por asomo pensaban en matar a una mosca, llegaron al extremo más inconcebible de la crueldad y de la violencia desatada.Y, cuando todo te lleva a justificar la muerte y el exterminio de tu “enemigo”, cuánto valor, cuánta fuerza y dominio interior se necesitan para mantener la lucidez y la autonomía personal… Qué fácil -y qué natural, ¿por qué no?- es sumarse a la imparable marea de aquiescencia irreflexiva; o permanecer callado; o mirar a otra parte (y desentenderte); renegar del sentido y abocarse a la completa aniquilación, o a la negación nihilista de todo y de todos…

   Mas qué difícil resulta mantener la fe en la dignidad y el sentido del mundo y de los actos de los hombres en el mundo, ver la razón y la lógica de la realidad en donde otros sólo ven caos y sinsentido.Todo esto yo lo he presenciado y lo he vivido a través de mis amigos y conocidos en la antigua Yugoslavia: el valor extraordinario de la dignidad y de la inteligencia indomeñables, en aquellas llamadas de auxilio, pidiendo aliento y “perspectiva”, y preguntándose por el verdadero significado de palabras como “traición”, “patriotismo”, “compromiso” o “fidelidad”, que tan ligeramente utilizamos y dejamos que otros utilicen contra nosotros; y también la progresiva corrupción y el desmoronamiento final de la facultad de la reflexión, o la interesada desactivación, cuando no eliminación completa, de la capacidad misma de sentir emociones.Por eso, comprendo todo el valor y el esfuerzo de inteligencia contenidos en el acto de insumisión de este soldado, suboficial del ejército israelí: integrante del bando más fuerte y pertrechado de entre los contendientes, y el previsible “vencedor” de esta guerra -no lo olvidemos-; lo que añade aún más significado y valor a su gesto. En el bando de los “vencedores” es aún más irresistible la marea de conformidad, pues en ese caso la disidencia -la deserción- ni siquiera se contempla (descartada su necesidad) como posibilidad, sino como acto incomprensible de locura y conducta desequilibrada (se me ocurren los casos de los desertores alemanes, al principio de la II Guerra Mundial, o de los jóvenes norteamericanos, durante la guerra de Vietnam).El valor así, pues, no está en los que luchan y arriesgan sus vidas en los frentes; en sus compañeros que avanzan sobre las posiciones de Hezbolah, que conducen los carros blindados, pilotan sus mortíferas aeronaves o curan los heridos en los campos, ni siquiera está en los que se enfrentan a ellos poniendo bombas e inmolándose; tampoco reside en las víctimas, pues son eso mismo, víctimas involuntarias de una catástrofe provocada; tampoco está en la ciega respuesta, airada y rabiosa, producto de la ira y del odio…

    El verdadero valor está en ese gesto consciente de insumisión y reflexión, que se opone a la lógica de la guerra inducida -contra nosotros-; comprender esto -lo sé- lleva su tiempo y un esfuerzo de la inteligencia que pocas veces estamos dispuestos a hacer.Estoy convencido de que en el bando palestino también hay sargentos Shabbat, como los había en Serbia, en Croacia, en Bosnia o en Eslovenia, pero no conocemos sus nombres ni sus gestos, y me gustaría conocerlos y abrazarlos, para reconocerme en ellos como hombre libre y dueño de sus actos, y para que me ayudasen a establecer la perspectiva exacta de las cosas (pues yo mismo no sé qué haría en tales circunstancias); pero me temo que jamás sabré cómo se llaman, y nunca nos abrazaremos.¿Se imaginan cuánto valor es preciso para integrar una organización “intercomunitaria” en Israel o en Palestina en estos momentos? Pues hay personas, judíos y árabes, que las levantan y sostienen contra viento y marea -como las hubo, y las hay, en Irlanda del Norte-. En ellos reside el verdadero valor; pues todo nos lleva, en esas o parecidas circunstancias -si somos jóvenes acosados y sin futuro; o padres, madres y abuelos con hijos y nietos mutilados y asesinados-, a la Intifada, al terror desesperado y a la lógica de la “inmolación”.

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