CLANDESTINA
(por Fernando Yupanqui)
El haberme obligado hace días a escribir una breve noticia desde el otro mundo, desde Latinoamérica, desde Argentina más concretamente, desde la Argentina atlántica más demencial y europeizante -salvada quizá por tanguera- para ser exacto, se ha intensificado al escuchar las palabras de Philippe Tacoronte escritas desde el corazón de Europa, desde el corazón franco-alemán. Sobre todo, porque resulta determinante interconectar, Canarias mediante, ambas realidades.
Conocemos ya la opinión que toda persona más o menos sana en su sentido común tendrá de Europa, al menos, de la Europa de los vencedores. De la Europa enriquecida y hegemónica no por designios míticos ni por determinismos históricos, que dirían cierto marxismo o cierta izquierda nefastos, sino por la esclavitud y la explotación masiva, durante aproximadamente más de tres siglos, de un continente, Amerindia (al que se llegó por un "error" de cálculo, no por necesidad), y de decenas de millones de esclavos indios y africanos.
Tomado el relevo mundial por el imperialismo de los EE.UU., el capital arrancado a la América pre-hispánica volvería a Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, con el conocido Plan Marshall. Quizá habría que empezar a pensar que esta Europa, la dicha Europa de los pueblos, es una idea yanqui.
Pero este texto no tenía la intención de defenestrar a Europa, sino de pensar, desde Latinoamérica, cuál es la Europa posible, la Europa no-europea, la Europa escondida en pasadizos y catacumbas que una vez el que escribe viera en Roma. Sin duda, se trataría de una Europa intransigente ante el unilateralismo yanqui, una Europa dispuesta a la pobreza y expuesta a ser violentada. Uno se preguntará entonces: ¿alguien en Europa está dispuesto a aceptar el sentido de la pobreza, de la civilización de la pobreza y de la responsabilidad que dijera un cristiano seguramente vivo, hoy, en aquellas antiquísimas catacumbas romanas? Y aún más allá: ¿algún europeo estará dispuesto a dejar de vivir en la fiesta perenne de la identidad, a empezar, al menos, dadas las dificultades presentes, a salir del Mundo, a entregarse a la gracia de una interioridad radicalmente escrupulosa?.
Sin duda, la superioridad técnica y la sofisticación cultural de la que hace gala el europeo, dicho esto como intersticio, con respecto a las demás civilizaciones o culturas no tienen ningún fundamento. Nos preguntamos entonces qué es la técnica sino un espectáculo, un "ídolo" mundano que, en verdad, en sí mismo, si no es desde y hacia la vida, poco o nada tiene que ver con la realidad última y objetiva de ésta, con la infinita autoafección de lo invisible que constituye el hecho de que estemos encarnados en lo absolutamente "inapropiable".
Ahora bien, el problema vital es sumamente grave: pues las necesidades de una cultura, en este caso la europea, pueden ser tautologías, es decir, creaciones que pierden el "afuera" pretérito que las creó, esto es, que pasarán a ser consideradas como "naturales", fatales, autogeneradas.
Por ello, la necesidad que Europa tenga de ser "Europa", de constituirse como una imagen identificada con lo que cree que es y pretende ser, será determinante para el "futuro" de su pueblo.
De momento, el europeo necesita serlo porque, más allá de esa identificación política e histórica que ha devenido cuestión casi racial, ficticia en suma, el europeo no es nada, o al menos pareciera no querer serlo, no querer recuperar ideales como el Espíritu que impulsó desde un incierto deseo de justicia la Reforma, la Revolución Francesa, la Comuna de París... Importante es decir que la europeizada Grecia del siglo XIX era más oriente que occidente, igualmente los cristianos, pues Europa en esos tiempos era tierra, dicho por los propios griegos, de bárbaros.
Así, el europeo moderno necesita ser europeo, español, francés, o alemán, porque es, salvo claras excepciones, un ser sumamente acomplejado, un ser castrado por su propia civilización (que lo ha hecho un esclavo) y atado a una identidad hoy postmoderna pero igualmente retrógrada; un ser incapaz de ser una persona infinitamente mortal más allá de identificaciones nacionales o culturales que, no lo olvidemos, originaron el fascismo y el nazismo. ¿No está pasando lo mismo que en el pasado, hoy, con los inmigrantes sin papeles, sans papiers, de los que se dice que "no existen" porque no tienen su documentación en regla?
En fin, creemos, como sostienen el cubano hijo de canarios Fornet- Betancourt o el argentino expatriado Dussel, que la vida de un latino-indio-afro-americano no ha de ser nacionalizada, lo cual por algún lado de la política empieza a pensarse con determinación. Pero también pienso desde Canarias, en lo que me queda de persona. Desde la agraciadamente endeble e insegura Canarias como posible para situarse afuera de Europa. Desde "ser" canario como no-nacionalidad, como postura ética y política (por no decir hija del Éxodo) sin duda situada mucho más allá de la identidad autónoma del sujeto, es decir, del correlato ideal que une sujeto egológico y nación uniforme y cohesionada.
Habremos de empezar a pensar, entonces, en categorías a las que todavía no hemos llegado, nunca. Tendremos, asimismo, que preguntarnos si las cuestiones aquí planteadas pueden llevarse, a la práctica, más allá de una subjetividad clandestina y amorosa.
El haberme obligado hace días a escribir una breve noticia desde el otro mundo, desde Latinoamérica, desde Argentina más concretamente, desde la Argentina atlántica más demencial y europeizante -salvada quizá por tanguera- para ser exacto, se ha intensificado al escuchar las palabras de Philippe Tacoronte escritas desde el corazón de Europa, desde el corazón franco-alemán. Sobre todo, porque resulta determinante interconectar, Canarias mediante, ambas realidades.
Conocemos ya la opinión que toda persona más o menos sana en su sentido común tendrá de Europa, al menos, de la Europa de los vencedores. De la Europa enriquecida y hegemónica no por designios míticos ni por determinismos históricos, que dirían cierto marxismo o cierta izquierda nefastos, sino por la esclavitud y la explotación masiva, durante aproximadamente más de tres siglos, de un continente, Amerindia (al que se llegó por un "error" de cálculo, no por necesidad), y de decenas de millones de esclavos indios y africanos.
Tomado el relevo mundial por el imperialismo de los EE.UU., el capital arrancado a la América pre-hispánica volvería a Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, con el conocido Plan Marshall. Quizá habría que empezar a pensar que esta Europa, la dicha Europa de los pueblos, es una idea yanqui.
Pero este texto no tenía la intención de defenestrar a Europa, sino de pensar, desde Latinoamérica, cuál es la Europa posible, la Europa no-europea, la Europa escondida en pasadizos y catacumbas que una vez el que escribe viera en Roma. Sin duda, se trataría de una Europa intransigente ante el unilateralismo yanqui, una Europa dispuesta a la pobreza y expuesta a ser violentada. Uno se preguntará entonces: ¿alguien en Europa está dispuesto a aceptar el sentido de la pobreza, de la civilización de la pobreza y de la responsabilidad que dijera un cristiano seguramente vivo, hoy, en aquellas antiquísimas catacumbas romanas? Y aún más allá: ¿algún europeo estará dispuesto a dejar de vivir en la fiesta perenne de la identidad, a empezar, al menos, dadas las dificultades presentes, a salir del Mundo, a entregarse a la gracia de una interioridad radicalmente escrupulosa?.
Sin duda, la superioridad técnica y la sofisticación cultural de la que hace gala el europeo, dicho esto como intersticio, con respecto a las demás civilizaciones o culturas no tienen ningún fundamento. Nos preguntamos entonces qué es la técnica sino un espectáculo, un "ídolo" mundano que, en verdad, en sí mismo, si no es desde y hacia la vida, poco o nada tiene que ver con la realidad última y objetiva de ésta, con la infinita autoafección de lo invisible que constituye el hecho de que estemos encarnados en lo absolutamente "inapropiable".
Ahora bien, el problema vital es sumamente grave: pues las necesidades de una cultura, en este caso la europea, pueden ser tautologías, es decir, creaciones que pierden el "afuera" pretérito que las creó, esto es, que pasarán a ser consideradas como "naturales", fatales, autogeneradas.
Por ello, la necesidad que Europa tenga de ser "Europa", de constituirse como una imagen identificada con lo que cree que es y pretende ser, será determinante para el "futuro" de su pueblo.
De momento, el europeo necesita serlo porque, más allá de esa identificación política e histórica que ha devenido cuestión casi racial, ficticia en suma, el europeo no es nada, o al menos pareciera no querer serlo, no querer recuperar ideales como el Espíritu que impulsó desde un incierto deseo de justicia la Reforma, la Revolución Francesa, la Comuna de París... Importante es decir que la europeizada Grecia del siglo XIX era más oriente que occidente, igualmente los cristianos, pues Europa en esos tiempos era tierra, dicho por los propios griegos, de bárbaros.
Así, el europeo moderno necesita ser europeo, español, francés, o alemán, porque es, salvo claras excepciones, un ser sumamente acomplejado, un ser castrado por su propia civilización (que lo ha hecho un esclavo) y atado a una identidad hoy postmoderna pero igualmente retrógrada; un ser incapaz de ser una persona infinitamente mortal más allá de identificaciones nacionales o culturales que, no lo olvidemos, originaron el fascismo y el nazismo. ¿No está pasando lo mismo que en el pasado, hoy, con los inmigrantes sin papeles, sans papiers, de los que se dice que "no existen" porque no tienen su documentación en regla?
En fin, creemos, como sostienen el cubano hijo de canarios Fornet- Betancourt o el argentino expatriado Dussel, que la vida de un latino-indio-afro-americano no ha de ser nacionalizada, lo cual por algún lado de la política empieza a pensarse con determinación. Pero también pienso desde Canarias, en lo que me queda de persona. Desde la agraciadamente endeble e insegura Canarias como posible para situarse afuera de Europa. Desde "ser" canario como no-nacionalidad, como postura ética y política (por no decir hija del Éxodo) sin duda situada mucho más allá de la identidad autónoma del sujeto, es decir, del correlato ideal que une sujeto egológico y nación uniforme y cohesionada.
Habremos de empezar a pensar, entonces, en categorías a las que todavía no hemos llegado, nunca. Tendremos, asimismo, que preguntarnos si las cuestiones aquí planteadas pueden llevarse, a la práctica, más allá de una subjetividad clandestina y amorosa.
14 comentarios
perera -
perera -
Clamas dando la mano a los Sobrino y compañía (a las víctimas): ese puñetazo en la cara que es apelar, ante Europa, por una "civilización de la pobreza" y a una Europa "expuesta a ser violentada".
Qué curioso: el caso claro y destrozador que lanzas, de los inmigrantes, me hace pensar en Canarias. No somos un estado pero constatemente tenemos problemas que, supuestamente, tendríamos la potestad nuestra, y (digámoslo así) solo nuestra, de resolverlos.
Si la política canaria decidiera adoptar una postura revolucionaria (más justa), por ejemplo, con respecto a este tema, tendría la espada de Santiago español-europeo encima: papá es el que dice.
Con lo que: nuestra situación es tal (fuera-dentro-al margen-sin lugar-vagamundos) que se (pre)dispone HISTÓRICAMENTE a pensar esas nuevas categorías a las que aludes, y se van haciendo alusión, desde poco pacá. Porque estamos y no estamos; nos dejan estar y no estamos; somos y no somos. No sé.
Mi última palabra (es) tu último párrafo: los recovecos por donde tus reflexiones nos meten me parece que es estar YA en proceso de NUEVOS TONOS-CATEGORÍAS: esas armas.
Bethencourt -
Un fortísimo abrazo.
Philippe Tacoronte -
Fernando -
perera -
perera -
Sólo ALGO: que en todo movimiento nadie sufra, injustamente; nadie sufra.
Hemos de empezar de nuevo, aunque sea un imposibilismo. Pero seguir caminando, aunque vueltos del revés CELEBRATIVAMENTE.
Ya me callo
perera -
Pero tenemos que quitarnos mierda de encima, para pensar. Para querer (aunque el verbo suene como suene).
Es que los estados funcionan de tal manera... Es que nuestra situación política responde a una ultraperificidad (según Europa...), blablabla... ¿Qué quiero? Eso es lo primero. ¿Qué puedo? Eso es lo último.
perera -
La pregunta sería: ¿qué queremos? ¿Cuánto he de saber para querer? Saber qué no ha pasado, sí; qué hemos hecho, y nos han hecho; y nos pueden hacer (qué hicimos y hacemos). Y tantas otras cosas.
Pero pensemos que ya no somos (¿?), o que podemos dejar de ser (¿?). Ahora, (me) pregunto, ¿qué queremos dar? ¿Qué don ofrecer?
Empieza un nuevo camino, por-llegar. Otra vida.
perera -
Me aburren los términos que (quizás no entiendo, aunque...) intentan hacernos uniformes, mentiunos o unitorpes... Aburrirme... Quizás laberíntanme (de laberintar). La afirmación de que Canarias no existe (decía), hace hacerme Canarias por-hacer, nuevamente. Por-llegar.
Ya lo decía alguien, en el 76, ó 75.
Cuando me pregunto si existo, carnalmente, existencialmente, vivamente: ¿no está todo por inventar? ¿No utilizo eL verbO (miyuscularmente hablando) "desde el principio"? ¿No cuestiono, y amo, una historia, una tradición? ¿No (me) cuestiono?
Fernando -
Luis -
hideyoshi -
Profesor Ruano -
Hace tres o cuatro años, con ocasión de una visita en coche desde San Diego a la zon norte de México, charlando con un policía mejicano, me preguntó si era argentino. Le dije que procedía de Gran Canaria, en las Islas Canarias, y que Colón había partido de la isla de la Gomera antes del descubrimiento de América. Bueno, sí, me contestó: "Colón descubrió América para los europeos, pero nosotros ya la habíamos descubierto antes...."