¿ES QUE ALGUIEN HABLA ESPAÑOL?
(Por Fernando Yupanqui)
Del 17 al 20 de noviembre, en la ciudad santafesina de Rosario, República Argentina, se celebra, bajo la consigna de "Identidad lingüística y globalización", el Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española. Congreso que tiene como únicos e inmediatos antecedentes los realizados en Zacatecas, México, en 1997, y en Valladolid, España, en 2001. Las tres jornadas programadas adoptarán diferentes temas de discusión: el primer día se tratarán "Aspectos ideológicos y sociales de la identidad lingüística"; el segundo día, el tema será "Identidad y lengua en la creación literaria"; mientras que la tercera jornada versará sobre "Español internacional e internacionalización del español".
Desde el principio, es decir, desde la propia consigna que adopta del Congreso (pretende ser "de la Lengua Española"), las cosas parecieran no marchar con el rigor ético, político e histórico-crítico deseado para un acontecimiento de tales magnitudes. En primer lugar, cabe señalar el error fundamental: si el español es la lengua oficial del Estado Español, y en el Estado español son al menos cuatro las nacionalidades lingüísticas, el castellano, el catalán, el euskera y el gallego (por no seguir con el valenciano...), decir que alguien habla "español" sería equivalente a decir que alguien habla en (al menos) cuatro lenguas al mismo tiempo. Gran error. Por otra parte, tendríamos que añadir a las dichas lenguas oficiales (que siguen en la estructura "constitucionaria" de la exclusión) el canario, el andaluz, en cántabro, el navarro, el aragonés, el mallorquín, etc., que, mucho más allá de ser dialectos jerárquicamente inferiores a una supuesta "lengua pura", sea el castellano o el catalán, tendrían que tener, en una rigurosa teoría lingüística crítica no pasada por el filtro de la ideología nacional, el estatuto propio de lenguas en todo su sentido. Por supuesto, la cuestión devendría interminable si, más allá, consideráramos con la seriedad necesaria los modos lingüísticos de provincias diferentes, de ciudades diferentes, de barrios diferentes, de personas irreductibles, lo cual no implica de ninguna manera dejar de preguntar o cerrar la cuestión como imposible. Si así pensáramos, llegaríamos a la conclusión de que, como concepto abarcador de realidades "inferiores", el "español", como cualquier otro concepto referido en cualquier país a "lo nacional", no existe. El concepto de "lengua española", entonces, sería nada más que el centro de una ficción política destinada a unificar, como en todo Estado-Nación, que quede claro, lenguas y culturas infinitas, tantas como personas haya, que, de otra manera, no tendrían necesariamente una relación política objetiva salvo mediante la violencia o la voluntad de quienes se implicaran en el hecho.
En América Latina, ocurre mismo: incluso diciendo argentino, mexicano, boliviano, nicaragüense, etc., no terminaríamos por justificar la existencia conceptual de las lenguas habladas en nuestro continente. El concepto mismo de lengua nacional, en éste y todo caso, jamás llega a agotar la realidad vida y plural de los pueblos y las personas en el tiempo. Sin embargo, la esterilidad reaccionaria de la ya casi inextirpable noción de "norma culta" o "lengua estándar" continúa interrumpiendo, con su violento cientifismo y su vocación idólatra, el curso indomable de la imaginación y la poesía que espera en aquellas formas vivas de modos lingüísticos populares, que, sin duda, constituye la reserva escatológica y la mística de las lenguas.
Sólo tendríamos que acercarnos al origen del español para constatar la violencia con que irrumpió en la realidad. Realmente, no haría falta ser excesivamente inteligente para saber que generalmente se habla "español" más por imposición que por caridad. En todo caso, si algo habría que hacer con la lengua castellana, nacida siglos antes de la "idea" de España (de lo contrario estaríamos condenados a no ser libres por los siglos de los siglos), sería desespañolizarla, reconstruirla desde la memoria, desde una indeclinable afirmación ética y anamnética de la exterioridad despreciada: los millones indios masacrados y los africanos utilizados como esclavos en América.
Las fechas y los datos lo aclaran todo: no son sino los Reyes Católicos quienes encargan a Nebrija, en 1492, la redacción de una gramática de la lengua castellana -futuras lengua española institucional- con el fin de elaborar así un corpus lingüístico destinado a convertirse en el "Imperio de una sola lengua", es decir, cuyo objetivo residía nada más y nada menos que en la represiva homogeneización lingüística de la vida de un sinfín de pueblos y culturas tanto peninsulares, en la llamada reconquista, como indios, en la colonización del falazmente llamado "Nuevo Continente".
Sin lugar a dudas, la comunidad hispanoamericana - debería despertar a ese trágico pasado y, tanto desde los países hispanoamericanos (que deberían llamarse en muchos casos hispano-afro-indio-latino-americanos) como desde la propia España, comenzar a crear las condiciones políticas precisas para llevar a cabo lo impostergable: un desagravio histórico sin precedentes, que lleva ya siglos esperando en la cuneta de la historia. Para ello, sería necesario replantear radicalmente el sentido de Congresos como el celebrado en Rosario.
Sin embargo, no todo es negativo a full, ni mucho menos. A pesar de lo desafortunado de ciertos rasgos del Congreso de la Lengua, el día 17 de noviembre (hoy), el gran historiador mexicano Miguel León-Portilla, autor de obras magistrales como "Los antiguos mexicanos", "Trece poetas del mundo azteca", "Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl", o "Crónicas indígenas. Visión de los vencidos", lanzará una apuesta tan inédita como trascendente para el futuro de nuestros países: León-Portilla propuso el que en cada Academia de la Lengua de América Latina haya al menos un indio que represente a las comunidades aborígenes de cada país. Lo insólito y subversivo de la propuesta no puede llegar en mejor momento. Si duda, hablamos de un nuevo kairós, de un "tiempo favorable" que se sustenta en el hecho de que, después de la violenta represión militar de los años 60, 70 y 80, la izquierda latinoamericana (con Lula, Chávez, Kirchner, Tabaré, Lagos...), en algunos casos sensible a la cuestión del indio, parece haber retomado el protagonismo deseado por pueblos cada vez más hartos de sus oligarquías cipayas, meros residuos del coloniaje europeo y estadounidense.
Es preciso remarcar la importancia definitiva de la cuestión. En la iniciativa de Miguel León-Portilla se juega el futuro de naciones que durante siglos negaron incluso la presencia de comunidades aborígenes dentro de sus fronteras. Los estados latinoamericanos, construidos de manera nefasta sobre la base única del criollismo, habrán de revertir la historia si quieren de una vez por todas dar el salto cualitativo que, más que traducirse en una riqueza europeizante y un bienestar económico de primer mundo, signifique la asunción de la dignidad y la justicia no sólo para sus propios ciudadanos, sino para el futuro desarrollo de una simétrica, justa y equilibrada comunidad mundial.
Del 17 al 20 de noviembre, en la ciudad santafesina de Rosario, República Argentina, se celebra, bajo la consigna de "Identidad lingüística y globalización", el Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española. Congreso que tiene como únicos e inmediatos antecedentes los realizados en Zacatecas, México, en 1997, y en Valladolid, España, en 2001. Las tres jornadas programadas adoptarán diferentes temas de discusión: el primer día se tratarán "Aspectos ideológicos y sociales de la identidad lingüística"; el segundo día, el tema será "Identidad y lengua en la creación literaria"; mientras que la tercera jornada versará sobre "Español internacional e internacionalización del español".
Desde el principio, es decir, desde la propia consigna que adopta del Congreso (pretende ser "de la Lengua Española"), las cosas parecieran no marchar con el rigor ético, político e histórico-crítico deseado para un acontecimiento de tales magnitudes. En primer lugar, cabe señalar el error fundamental: si el español es la lengua oficial del Estado Español, y en el Estado español son al menos cuatro las nacionalidades lingüísticas, el castellano, el catalán, el euskera y el gallego (por no seguir con el valenciano...), decir que alguien habla "español" sería equivalente a decir que alguien habla en (al menos) cuatro lenguas al mismo tiempo. Gran error. Por otra parte, tendríamos que añadir a las dichas lenguas oficiales (que siguen en la estructura "constitucionaria" de la exclusión) el canario, el andaluz, en cántabro, el navarro, el aragonés, el mallorquín, etc., que, mucho más allá de ser dialectos jerárquicamente inferiores a una supuesta "lengua pura", sea el castellano o el catalán, tendrían que tener, en una rigurosa teoría lingüística crítica no pasada por el filtro de la ideología nacional, el estatuto propio de lenguas en todo su sentido. Por supuesto, la cuestión devendría interminable si, más allá, consideráramos con la seriedad necesaria los modos lingüísticos de provincias diferentes, de ciudades diferentes, de barrios diferentes, de personas irreductibles, lo cual no implica de ninguna manera dejar de preguntar o cerrar la cuestión como imposible. Si así pensáramos, llegaríamos a la conclusión de que, como concepto abarcador de realidades "inferiores", el "español", como cualquier otro concepto referido en cualquier país a "lo nacional", no existe. El concepto de "lengua española", entonces, sería nada más que el centro de una ficción política destinada a unificar, como en todo Estado-Nación, que quede claro, lenguas y culturas infinitas, tantas como personas haya, que, de otra manera, no tendrían necesariamente una relación política objetiva salvo mediante la violencia o la voluntad de quienes se implicaran en el hecho.
En América Latina, ocurre mismo: incluso diciendo argentino, mexicano, boliviano, nicaragüense, etc., no terminaríamos por justificar la existencia conceptual de las lenguas habladas en nuestro continente. El concepto mismo de lengua nacional, en éste y todo caso, jamás llega a agotar la realidad vida y plural de los pueblos y las personas en el tiempo. Sin embargo, la esterilidad reaccionaria de la ya casi inextirpable noción de "norma culta" o "lengua estándar" continúa interrumpiendo, con su violento cientifismo y su vocación idólatra, el curso indomable de la imaginación y la poesía que espera en aquellas formas vivas de modos lingüísticos populares, que, sin duda, constituye la reserva escatológica y la mística de las lenguas.
Sólo tendríamos que acercarnos al origen del español para constatar la violencia con que irrumpió en la realidad. Realmente, no haría falta ser excesivamente inteligente para saber que generalmente se habla "español" más por imposición que por caridad. En todo caso, si algo habría que hacer con la lengua castellana, nacida siglos antes de la "idea" de España (de lo contrario estaríamos condenados a no ser libres por los siglos de los siglos), sería desespañolizarla, reconstruirla desde la memoria, desde una indeclinable afirmación ética y anamnética de la exterioridad despreciada: los millones indios masacrados y los africanos utilizados como esclavos en América.
Las fechas y los datos lo aclaran todo: no son sino los Reyes Católicos quienes encargan a Nebrija, en 1492, la redacción de una gramática de la lengua castellana -futuras lengua española institucional- con el fin de elaborar así un corpus lingüístico destinado a convertirse en el "Imperio de una sola lengua", es decir, cuyo objetivo residía nada más y nada menos que en la represiva homogeneización lingüística de la vida de un sinfín de pueblos y culturas tanto peninsulares, en la llamada reconquista, como indios, en la colonización del falazmente llamado "Nuevo Continente".
Sin lugar a dudas, la comunidad hispanoamericana - debería despertar a ese trágico pasado y, tanto desde los países hispanoamericanos (que deberían llamarse en muchos casos hispano-afro-indio-latino-americanos) como desde la propia España, comenzar a crear las condiciones políticas precisas para llevar a cabo lo impostergable: un desagravio histórico sin precedentes, que lleva ya siglos esperando en la cuneta de la historia. Para ello, sería necesario replantear radicalmente el sentido de Congresos como el celebrado en Rosario.
Sin embargo, no todo es negativo a full, ni mucho menos. A pesar de lo desafortunado de ciertos rasgos del Congreso de la Lengua, el día 17 de noviembre (hoy), el gran historiador mexicano Miguel León-Portilla, autor de obras magistrales como "Los antiguos mexicanos", "Trece poetas del mundo azteca", "Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl", o "Crónicas indígenas. Visión de los vencidos", lanzará una apuesta tan inédita como trascendente para el futuro de nuestros países: León-Portilla propuso el que en cada Academia de la Lengua de América Latina haya al menos un indio que represente a las comunidades aborígenes de cada país. Lo insólito y subversivo de la propuesta no puede llegar en mejor momento. Si duda, hablamos de un nuevo kairós, de un "tiempo favorable" que se sustenta en el hecho de que, después de la violenta represión militar de los años 60, 70 y 80, la izquierda latinoamericana (con Lula, Chávez, Kirchner, Tabaré, Lagos...), en algunos casos sensible a la cuestión del indio, parece haber retomado el protagonismo deseado por pueblos cada vez más hartos de sus oligarquías cipayas, meros residuos del coloniaje europeo y estadounidense.
Es preciso remarcar la importancia definitiva de la cuestión. En la iniciativa de Miguel León-Portilla se juega el futuro de naciones que durante siglos negaron incluso la presencia de comunidades aborígenes dentro de sus fronteras. Los estados latinoamericanos, construidos de manera nefasta sobre la base única del criollismo, habrán de revertir la historia si quieren de una vez por todas dar el salto cualitativo que, más que traducirse en una riqueza europeizante y un bienestar económico de primer mundo, signifique la asunción de la dignidad y la justicia no sólo para sus propios ciudadanos, sino para el futuro desarrollo de una simétrica, justa y equilibrada comunidad mundial.
11 comentarios
Carlos -
Rogers -
Comprendo tu punto de vista, de todas maneras, y me parece muy respetable.
Yo creo que es hora de liberarnos de ataduras del pasado: disfrutemos de los idiomas, y no nos sintamos responsables de los errores de otros. Viva la libertad.
Besotes, Profesor Ruano.
perera -
Realizaron un congreso en su momento (creo se publicó), me parece que ha salido (o va a salir) un homenaje a Francisco Navarro (el autor del "Teberite", que fue miembro fundador de dicha Academia). Creo que han colaborado en alguna publicación (me parece que algo de Marcial Morera).
Su página tiene un correo (y un teléfono) de consulta para posibles dudas que tenga cualquiera de los canarios o no canarios, lingüísticamente hablando.
Y, por último, acaba de aparecer un convenio con la Consejería de Educación para llevar a "académicos" a los centros de secundaria para dar charlas en torno al español de Canarias o a nuestra literatura (este punto, el de los centros educativos, me parece de lo más importante).
Como miembro de un IES les he mandado un correo, pero no he recibido respuesta.
Claro que, como dices, estas cosillas que van gestando apenas llegan a la opinión pública: y ahí está fallando algo. ¿Acaso alguien sabe este teléfono de dudas? ¿Qué opinión crítica manifiestan ante la lengua utilizada en los medios de comunicación canarios? ¿Y la importancia que le dieron en sus principios "ideológicos" a la literatura: qué se ha hecho en este sentido? Saludos.
Iván -
F. Y.: -
Fernando Y. -
Luis -
Profesor Ruano -
En mi sencilla aportacion al trabajo de Perera, en mi opinion tan bueno como claro, hago observar la dificultad de entendimiento en este campo. Con satisfaccion y agradecimiento noto que tal "impotencia" la comparten conmigo diferentes colaboradores tanto en el trabajo de Perera como en el suyo propio. Y como apuntan varios de ellos, hay que continuar avanzando, sin menosprecio hacia nadie pero sin ceder -aunque solo sea desde el punto de vista liguistico- ni a la opresion politica del "espagnol" ni a la opresion imperial normativa del "castellano".
Anónimo -
Fernando -
P. Tacoronte -