Yo y Tú, de Martin Buber (y 2)
(Por Agustín Bethencourt)
Por fin he terminado de leer Yo y tú, de Martin Buber. Me ha costado Dios y ayuda por motivos que ya ustedes conocen más que de sobra; pero al final, entre el trolebús, el metro y algunos minutos robados al sueño he llegado hasta el final.
Tengo muy claro que lo releeré en el futuro: además de las circunstancias en que me lo he comido no las más propicias- está la densidad del pensamiento de este hombre. El tipo le daba al coco, eso está claro. Intentaré rescatar algunas ideas a vuelapluma por si alguien se anima a leerlo y compartimos impresiones.
La relación de la que hablaba en mi articulito anterior se desarrolla en tres esferas o capas según este buen señor:
1) La relación hombre-naturaleza.
2) La relación entre estos mortales que somos y
3) La relación entre el hombre y Dios.
Todo esto puede no parecer ni importante ni original, no lo discuto. El bombazo a mí me lo pegó por dentro- viene cuando dice que todas tres relaciones se dan encuentro en la segunda; en otras palabras, que sólo podemos encontrarnos plenamente con la naturaleza y con Dios a través de los demás. O sea que al escapismo naturista y al misticismo del más allá ¡PUM! toma bombazo buberiano. Efectivamente, según nuestro interlocutor lo fue durante la lectura, y con qué placer- podemos llegar a Dios (al Tú eterno, como él lo llama), y podemos también disfrutar y llenarnos de la hermosura de la naturaleza virgen (si nos salimos del Sur de Gran Canaria o Tenerife, claro está); pero para que estos encuentros estén llenos de sentido y no formen parte de una estrategia de evasión, debemos tender antes que nada y estar siempre dispuestos a la escucha del otro, tan sediento de relación como nosotros.
Estas ideas para mí valen su peso en oro. El día a día está lleno de encontronazos y de encuentros frustrantes que parecen invitarnos al egoísmo indiferente. Si no le hago caso, no podrá hacerme daño, nos decimos mirando de reojo, de vez en cuando. Además está la orgía consumista que se desata cada vez que encendemos el televisor: parece darnos solución a todos nuestros problemas a través de los anuncios, de las teleseries y de las películas de producción y consumo masivos (no por accesibles, sino por pensados para la masa homogénea y a ser posible- aborregada). Otro presunto motivo más para no preocuparse por el encuentro con el otro: ¿Para qué comerme el coco, si puedo consumir y descansar tranquilo?
Que en este contexto una voz rescatada del pasado reciente nos recuerde que sin relación NO SOMOS, me parece de un valor incalculable.
Me viene a la mente ahora otra idea de las que desarrolla Buber en este pedazo de libro: cuando se produce un encuentro, uno puede responder (en el más amplio sentido de la palabra) sólo del tramo de camino que ha recorrido. Del tramo que ha recorrido el otro, responderá él con sus palabras y con sus actos. Es decir, que sólo podemos abarcar más, conocer más, en definitiva, vivir más, a través de la escucha y el diálogo. Cerrarse a ellos equivale a renunciar, a rendirse, a no querer ver más allá. Pero, al mismo tiempo, responder sólo del tramo recorrido significa ser conscientes de nuestras limitaciones, de nuestras vivencias (y no más), significa no querer abarcarlo todo y llegar a todo, no pretender haber recorrido muchos caminos (y mucho menos solos).
En fin, no pretendo transmitir aquí la densidad del pensamiento de Buber, y mucho menos con un artículo de circunstancias como es este. Me conformaría con dejar algo de su aroma y con animar a algunos de los lectores de Trapera a que se acercaran a las páginas de la traducción española.
Si además, alguien se anima a compartir su lectura con la mía, pues mejor que mejor; estaré encantado.
Hoy, haciendo uso de la polifonía y de la intertextualidad, palabrejos de bello fondo, me despediré con palabras de uno de nuestros lectores: Salud y que cunda el diálogo.
Por fin he terminado de leer Yo y tú, de Martin Buber. Me ha costado Dios y ayuda por motivos que ya ustedes conocen más que de sobra; pero al final, entre el trolebús, el metro y algunos minutos robados al sueño he llegado hasta el final.
Tengo muy claro que lo releeré en el futuro: además de las circunstancias en que me lo he comido no las más propicias- está la densidad del pensamiento de este hombre. El tipo le daba al coco, eso está claro. Intentaré rescatar algunas ideas a vuelapluma por si alguien se anima a leerlo y compartimos impresiones.
La relación de la que hablaba en mi articulito anterior se desarrolla en tres esferas o capas según este buen señor:
1) La relación hombre-naturaleza.
2) La relación entre estos mortales que somos y
3) La relación entre el hombre y Dios.
Todo esto puede no parecer ni importante ni original, no lo discuto. El bombazo a mí me lo pegó por dentro- viene cuando dice que todas tres relaciones se dan encuentro en la segunda; en otras palabras, que sólo podemos encontrarnos plenamente con la naturaleza y con Dios a través de los demás. O sea que al escapismo naturista y al misticismo del más allá ¡PUM! toma bombazo buberiano. Efectivamente, según nuestro interlocutor lo fue durante la lectura, y con qué placer- podemos llegar a Dios (al Tú eterno, como él lo llama), y podemos también disfrutar y llenarnos de la hermosura de la naturaleza virgen (si nos salimos del Sur de Gran Canaria o Tenerife, claro está); pero para que estos encuentros estén llenos de sentido y no formen parte de una estrategia de evasión, debemos tender antes que nada y estar siempre dispuestos a la escucha del otro, tan sediento de relación como nosotros.
Estas ideas para mí valen su peso en oro. El día a día está lleno de encontronazos y de encuentros frustrantes que parecen invitarnos al egoísmo indiferente. Si no le hago caso, no podrá hacerme daño, nos decimos mirando de reojo, de vez en cuando. Además está la orgía consumista que se desata cada vez que encendemos el televisor: parece darnos solución a todos nuestros problemas a través de los anuncios, de las teleseries y de las películas de producción y consumo masivos (no por accesibles, sino por pensados para la masa homogénea y a ser posible- aborregada). Otro presunto motivo más para no preocuparse por el encuentro con el otro: ¿Para qué comerme el coco, si puedo consumir y descansar tranquilo?
Que en este contexto una voz rescatada del pasado reciente nos recuerde que sin relación NO SOMOS, me parece de un valor incalculable.
Me viene a la mente ahora otra idea de las que desarrolla Buber en este pedazo de libro: cuando se produce un encuentro, uno puede responder (en el más amplio sentido de la palabra) sólo del tramo de camino que ha recorrido. Del tramo que ha recorrido el otro, responderá él con sus palabras y con sus actos. Es decir, que sólo podemos abarcar más, conocer más, en definitiva, vivir más, a través de la escucha y el diálogo. Cerrarse a ellos equivale a renunciar, a rendirse, a no querer ver más allá. Pero, al mismo tiempo, responder sólo del tramo recorrido significa ser conscientes de nuestras limitaciones, de nuestras vivencias (y no más), significa no querer abarcarlo todo y llegar a todo, no pretender haber recorrido muchos caminos (y mucho menos solos).
En fin, no pretendo transmitir aquí la densidad del pensamiento de Buber, y mucho menos con un artículo de circunstancias como es este. Me conformaría con dejar algo de su aroma y con animar a algunos de los lectores de Trapera a que se acercaran a las páginas de la traducción española.
Si además, alguien se anima a compartir su lectura con la mía, pues mejor que mejor; estaré encantado.
Hoy, haciendo uso de la polifonía y de la intertextualidad, palabrejos de bello fondo, me despediré con palabras de uno de nuestros lectores: Salud y que cunda el diálogo.
26 comentarios
Maila -
Maila
yo misma -
Bethencourt, me encanta tu articulo, muy, pero que muy interesante. Yo estoy, sin embargo, demasiado enfrascada en mi relacion yo-ello, porque, aunque soy maestra (creo que lo he mencionado) tambien estudio, por lo que yo y ello (mi examen) me tienen consumido el tiempo.
Saludos, traperos y traperas, nignos y nignas!
La Niña -
El Niño -
La Niña -
hideyoshi -
Anónima -
Anónima -
Bethencourt -
Creo que ahora entiendo mejor lo que querías decir; y estoy de acuerdo, además.
Respecto a lo que comentas sobre tu seudónimo, me parece tan bien como cualquier otro. ¿Que no te sienta bien mi sentido del humor? No puedo decir que lo sienta, porque no hay en él nada de malintencionado (ni aún menos de excluyente). Así que, si estás de acuerdo, póngamosle al asunto un gramo de sentido del humor y otros dos de sentido común.
Un afectuoso saludo.
Anónimo -
Anónimo -
Philippe -
Philippe -
Philippe -
Philippe Tacoronte -
Bethencourt (4) -
Yo creo que estamos todavía más bien en lo segundo. Me interesa que vengas porque me traes dinero; por lo demás me molestas. Te tolero pero no te quiero. Estamos, otra vez, en la relación Yo-Ello, en la cosificación del otro.
Claro que Buber hablaba también de nosotros, pues hablaba de todo lo humano.
Que nosotros nos empeñemos (y hablo ahora como miembro de una colectividad) en respetarnos muy poco y en dejar que nuestro Yo sea un Yo fragmentado por la baja autoestima (no me cansaré de repetir que todavía hay muchos canarios que creen que "viven del turismo" y no de su propio esfuerzo) es algo que merece también, sin duda, un análisis desde una perspectiva buberiana.
Este es nuestro Sur, estimado Anónimo, el de la opulencia ficticia y del irrespeto hacia nuestro Yo, no mejor, pero sí distinto.
Un abrazo.
Bethencourt (3) -
La relación entre el canario y el turista es casi exclusivamente una relación Yo-Ello. Para el turista que viene -en su inmensa mayoría- a disfrutar del sol y de la playa, el canario es quien lo recoge en la guagua, quien le sirve la comida o quien le retira la hamaca cuando éste se marcha; también puede ser el director que lo recibe en caso de alguna incomodidad (que las cosas algo han cambiado en cincuenta años). Pero en un caso o en otro será una relación de tipo instrumental: tú me sirves a mis fines (el descanso) y por eso me resultas útil. Somos para el turista -en general, repito- un Ello al que recurrir en caso de necesidad. Al turista no le interesa -generalmente- nuestra pintura, nuestra música o nuestra literatura y sí nuestro clima. Eso, en líneas generales, no ha cambiado.
Bethencourt (2) -
Poco más puedo añadir a lo que ha dicho Perera. Efectivamente, con mi mención del Sur de Gran Canaria y Tenerife (podríamos hablar también de algunas zonas de Lanzarote y Fuerteventura, cómo no)intento dejar una vez más de manifiesto -mediante la ironía, esta vez- el "legado" que nos han dejado entre los que poseían esos terrenos y los que tenían dineros para construírlos: un bosque de cemento inhabitable. De ahí la mención de estos lugares junto a la de la naturaleza virgen.
Por supuesto que Buber también hablaba de nuestro sur canario turisteado (¿cómo podría ser de otro modo?)
Bethencourt -
Bueno, a ver por dónde empiezo... ¡Ah, sí! ¿No dicen que el movimiento se demuestra andando?, pues eso, empezamos por el movimiento:
Un trolebús es una guagua que funciona con energía eléctrica. La manera más gráfica de explicarlo, se me ocurre, es recordar los cochitos de choque en los que nos montábamos de pequeños en las fiestas de nuestro pueblo o nuestro barrio. Una barra metálica que salía de detrás del coche lo conectaba a una red por medio de un gancho. El contacto hacía el resto. Pues así más o menos es cómo funcionan los trolebuses: toda la ciudad está "regada" de cables a los que se enganchan los trolebuses que -sin contaminar- te llevan p'acá y p'allá. No está mal el invento para una megalópolis, la verdad.
Anónimo -
perera -
perera -
Anónimo -
perera -
De todas formas, concedo que quizás debería pensar más tu afirmación.
Anónimo -
perera -
No tengo nada que comentar sobre lo que dices de Buber; quizás sólo recalcar la valía de ese libro que hemos leído.
Sí me surge una pregunta, que nada tiene que ver con el judío: ¿qué es un trolebús?