Entre siete, Manuel Padorno
(por Philippe Tacoronte)
Una nueva editorial canaria, Interseptem, ha decidido dedicarse a la difusión efectiva de la poesía publicando libritos bien pensados y atractivos, en especial para los lectores más jóvenes. Pero la literatura que ofrecen, sobre todo en pequeñas antologías, interesará a cualquiera con un mínimo de curiosidad.
Entre los primeros títulos destaca una antología de la poesía de Manuel Padorno (1933-2002) pensada por Isidro Hernández. Y a pesar de ser breve y sintética, el lector podrá hacerse una idea (aunque muy introductoria) del itinerario de Manuel Padorno a través de todos sus libros, es decir, desde Oí crecer las palomas (1955) hasta Canción atlántica (2003), ya póstumo.
Coincide esta antología con un curso de doctorado sobre su poesía impartido en la Universidad de Las Palmas hace apenas un mes. Ahí tuvimos la oportunidad de conocer las circunstancias y toma progresiva de conciencia de Manuel Padorno desde los años cincuenta, en un proceso compartido estrechamente con el pintor Manolo Millares y el escultor Martín Chirino, tanto en lo que respecta a su concepción y práctica poética como a su idea de la condición histórica y política de Canarias. Cuestiones que en realidad no estuvieron nunca separadas.
Durante el curso hemos redescubierto un libro de Padorno que teníamos abandonado, A la sombra del mar (1963), respuesta sensorial al encuentro con el mundo de Lanzarote, en donde vive dos años antes de trasladarse a Madrid. La isla y sus componentes sencillos, sus realidades elementales, abren una experiencia de asombro silencioso. La luz, la gaviota, el jurel, el sable de la cebolla, las montañas de líneas suaves y secas, el paso callado, el pulso de la costa, de pescador y campesino, todo ello sin dejar de auscultar al fondo la presencia del mar. El proyecto artístico de Manuel Padorno ya se movía ahí en el reto de los sentidos de una vida plena, lo cual reaparece con fuerza en los últimos libros, sobre todo en Para mayor gloria y Éxtasis, donde la fiesta de la percepción llama a la celebración sistemática del existir.
El trabajo de Padorno constituye toda una recreación del desarrollo histórico del sentido artístico, pero comprimido en un solo sujeto. Eso intuimos al leer ciertos fragmentos de los Manuscritos económico-filosóficos escritos por Karl Marx en 1848: La educación de los cinco sentidos es obra de toda la historia universal hasta el tiempo presente. El sentido obligado por la tosca necesidad práctica tiene también solamente una sensibilidad limitada. [ ] El hombre abrumado de preocupaciones, necesitado, no tiene sentidos para el espectáculo más bello. El comerciante de minerales ve sólo el valor mercantil de éstos, no su belleza y su peculiar naturaleza; no tiene ningún sentido mineralógico. Por consiguiente, se requiere la objetivación del ente humano, en el aspecto teórico y en el aspecto práctico, tanto para hacer humanos los sentidos del hombre como para crear la sensibilidad humana correspondiente.
Ahí radicaría esencialmente el sentido revolucionario de la poesía de Manuel Padorno, sin por ello olvidar el valor de sus denuncias explícitamente políticas, como Coral Juan García, homenaje al Corredera o la crítica a las cortesanías y alienaciones de la ida distraída y esnob, como en Let´s have a party (ambos poemas se recogen en la antología de Interseptem).
En esa dirección valdría la pena contrastar las diferencias de mirada entre Padorno y Tomás Morales respecto a los hombres de mar y la vida del puerto. Morales los observa desde la distancia del burgués bien situado, seducido y a la vez espantado por la violencia y oscuridad que mismo proyecta sobre su tema literario. Manuel Padorno, por ejemplo en el poema Barco Julián, se mueve más acá del tópico y declara con quién va su compromiso: en la Puntilla, donde vivo.
Por todo ello y más que no diré elijo el siguiente poema de A la sombra del mar para ampliar la memoria canaria poética:
Nunca serán los días tan propicios:
el aire alegrado,
la granazón de la ceniza, todo
lo que en un tiempo fue ternura.
Quede el amor por testimonio.
Las montañas, tendidas, los volcanes,
la amarillenta arena caminera,
tierra oscura atravesé callando;
la trabajosa viña, la hondura
del garbanzo, los sables relucientes
de la cebolla atravesé callando.
Las olas suben dentro de mis ojos,
el jurel afilado
el rojo cantarero.
Chillan las nubes, las gaviotas grises,
el cernícalo pasa encandilado
bajo celestes aguas luminosas;
tiembla la luz por la caleta clara;
sobre peñas doradas, por las hoyas
blancas entra la luz temblando;
hermoso taller el mío: la isla.
Manuel Padorno.
Una nueva editorial canaria, Interseptem, ha decidido dedicarse a la difusión efectiva de la poesía publicando libritos bien pensados y atractivos, en especial para los lectores más jóvenes. Pero la literatura que ofrecen, sobre todo en pequeñas antologías, interesará a cualquiera con un mínimo de curiosidad.
Entre los primeros títulos destaca una antología de la poesía de Manuel Padorno (1933-2002) pensada por Isidro Hernández. Y a pesar de ser breve y sintética, el lector podrá hacerse una idea (aunque muy introductoria) del itinerario de Manuel Padorno a través de todos sus libros, es decir, desde Oí crecer las palomas (1955) hasta Canción atlántica (2003), ya póstumo.
Coincide esta antología con un curso de doctorado sobre su poesía impartido en la Universidad de Las Palmas hace apenas un mes. Ahí tuvimos la oportunidad de conocer las circunstancias y toma progresiva de conciencia de Manuel Padorno desde los años cincuenta, en un proceso compartido estrechamente con el pintor Manolo Millares y el escultor Martín Chirino, tanto en lo que respecta a su concepción y práctica poética como a su idea de la condición histórica y política de Canarias. Cuestiones que en realidad no estuvieron nunca separadas.
Durante el curso hemos redescubierto un libro de Padorno que teníamos abandonado, A la sombra del mar (1963), respuesta sensorial al encuentro con el mundo de Lanzarote, en donde vive dos años antes de trasladarse a Madrid. La isla y sus componentes sencillos, sus realidades elementales, abren una experiencia de asombro silencioso. La luz, la gaviota, el jurel, el sable de la cebolla, las montañas de líneas suaves y secas, el paso callado, el pulso de la costa, de pescador y campesino, todo ello sin dejar de auscultar al fondo la presencia del mar. El proyecto artístico de Manuel Padorno ya se movía ahí en el reto de los sentidos de una vida plena, lo cual reaparece con fuerza en los últimos libros, sobre todo en Para mayor gloria y Éxtasis, donde la fiesta de la percepción llama a la celebración sistemática del existir.
El trabajo de Padorno constituye toda una recreación del desarrollo histórico del sentido artístico, pero comprimido en un solo sujeto. Eso intuimos al leer ciertos fragmentos de los Manuscritos económico-filosóficos escritos por Karl Marx en 1848: La educación de los cinco sentidos es obra de toda la historia universal hasta el tiempo presente. El sentido obligado por la tosca necesidad práctica tiene también solamente una sensibilidad limitada. [ ] El hombre abrumado de preocupaciones, necesitado, no tiene sentidos para el espectáculo más bello. El comerciante de minerales ve sólo el valor mercantil de éstos, no su belleza y su peculiar naturaleza; no tiene ningún sentido mineralógico. Por consiguiente, se requiere la objetivación del ente humano, en el aspecto teórico y en el aspecto práctico, tanto para hacer humanos los sentidos del hombre como para crear la sensibilidad humana correspondiente.
Ahí radicaría esencialmente el sentido revolucionario de la poesía de Manuel Padorno, sin por ello olvidar el valor de sus denuncias explícitamente políticas, como Coral Juan García, homenaje al Corredera o la crítica a las cortesanías y alienaciones de la ida distraída y esnob, como en Let´s have a party (ambos poemas se recogen en la antología de Interseptem).
En esa dirección valdría la pena contrastar las diferencias de mirada entre Padorno y Tomás Morales respecto a los hombres de mar y la vida del puerto. Morales los observa desde la distancia del burgués bien situado, seducido y a la vez espantado por la violencia y oscuridad que mismo proyecta sobre su tema literario. Manuel Padorno, por ejemplo en el poema Barco Julián, se mueve más acá del tópico y declara con quién va su compromiso: en la Puntilla, donde vivo.
Por todo ello y más que no diré elijo el siguiente poema de A la sombra del mar para ampliar la memoria canaria poética:
Nunca serán los días tan propicios:
el aire alegrado,
la granazón de la ceniza, todo
lo que en un tiempo fue ternura.
Quede el amor por testimonio.
Las montañas, tendidas, los volcanes,
la amarillenta arena caminera,
tierra oscura atravesé callando;
la trabajosa viña, la hondura
del garbanzo, los sables relucientes
de la cebolla atravesé callando.
Las olas suben dentro de mis ojos,
el jurel afilado
el rojo cantarero.
Chillan las nubes, las gaviotas grises,
el cernícalo pasa encandilado
bajo celestes aguas luminosas;
tiembla la luz por la caleta clara;
sobre peñas doradas, por las hoyas
blancas entra la luz temblando;
hermoso taller el mío: la isla.
Manuel Padorno.
15 comentarios
Philippe -
Philippe -
Philippe -
perera -
Yupanqui -
Philippe -
Phillippe -
philippe -
Phillippe -
yupanqui -
Me parece asimismo importante remarcar algo de Manuel Padorno: contra lecturas facilísticas o espiritualísticas. EL LUGAR. Asimismo, junto al lugar, el cuerpo, los sentidos, la dignificación anti-gnóstica y anti-pagana, de la experiencia individual, irrepetible como en San Juan de la Cruz. Encuentro con la separación, con la soledad primera y ética del vivir, único comienzo posible de la Vida. Abrazos.
daniel -
perera -
perera -
perera -
Lo curioso es que siempre se diga que la obra de Manuel Padorno empieza con "Oí crecer las palomas", pero nunca se hable de ese libro (quizás esto fue fomentado por él mismo, que lo veía como experiencia algo "juvenil"). Lo comento al hilo de lo que decía: su primer libro sí está lleno (más que su otra obra posterior) de zonas negras y personajes decaídos; por lo menos es la sensación que se nos queda al leerlo.
perera -
De esta manera, "A la sombra del mar" es el claro principio de una lengua especial (que adquirirá diferentes matices) utilizada por parte de nuestro escritor, hasta los últimos días de su vida. Unos de los ejemplos mayores, dentre sus libros, en "Éxtasis": si él pro-movía el (al) "comer luz", allí comemos literalmente palabras.