Si decimos la palabra "pordiosero"
(por P. Tacoronte)
La palabra pordiosero (tanto como la palabra ser, para parafrasear e ironizar a Heidegger) da que pensar. Su origen es tan evidente como invisible: el que pide limosna por-Dios, el que pide a otro por Dios recibió el nombre de por-dios-ero. Alguien que pide en nombre de Dios, pide un don, un donativo no por él, sino por otro. Si el que tiene da, no lo haría entonces por el pordiosero sino por Dios. Pero sólo el nombre, casi siempre insulto, ya cambia la claridad de quien tenga que recibir.
Sólo que no sabemos bien qué significa ese por. Hay algo en el dar que pone en relación al que recibe con Otro que no es él. En esa relación por-diosera se inscribe y puede leerse, comprimida, buena parte de la obra de Lévinas: el rostro del otro pide siempre por el Otro.
Y ahí, en esas vueltas, tuvimos noticia de una triste página en la Web (la tela mundial que deja descubiertos, helados, a medio mundo) dedicada a lo que ellos llaman los jacosos de Gran Canaria. Fotos de personas que pululan por Las Palmas o Telde, en estado de abandono casi total, mendigando. Nos paramos a pensar en qué residía la gran tristeza (por decirlo sin decirlo) que una página así nos inspira. Una posibilidad: el rechazo que nos produce reside en el hecho de la clasificación. Esas personas quedan clasificadas, comprendidas totalmente en una categoría que por el que desaparece, como por un colador, su historia personal, su concreción biográfica. Algo parecido sucede con términos mediáticos como sin-papeles, ilegales. Hay algo terrible en cualquier clasificación de alguien.
El gesto mínimo entonces será pararse a pensar en lo que ciertas clasificaciones y palabras implican. Para empezar recordar qué se juega en el por del pordiosero.
La palabra pordiosero (tanto como la palabra ser, para parafrasear e ironizar a Heidegger) da que pensar. Su origen es tan evidente como invisible: el que pide limosna por-Dios, el que pide a otro por Dios recibió el nombre de por-dios-ero. Alguien que pide en nombre de Dios, pide un don, un donativo no por él, sino por otro. Si el que tiene da, no lo haría entonces por el pordiosero sino por Dios. Pero sólo el nombre, casi siempre insulto, ya cambia la claridad de quien tenga que recibir.
Sólo que no sabemos bien qué significa ese por. Hay algo en el dar que pone en relación al que recibe con Otro que no es él. En esa relación por-diosera se inscribe y puede leerse, comprimida, buena parte de la obra de Lévinas: el rostro del otro pide siempre por el Otro.
Y ahí, en esas vueltas, tuvimos noticia de una triste página en la Web (la tela mundial que deja descubiertos, helados, a medio mundo) dedicada a lo que ellos llaman los jacosos de Gran Canaria. Fotos de personas que pululan por Las Palmas o Telde, en estado de abandono casi total, mendigando. Nos paramos a pensar en qué residía la gran tristeza (por decirlo sin decirlo) que una página así nos inspira. Una posibilidad: el rechazo que nos produce reside en el hecho de la clasificación. Esas personas quedan clasificadas, comprendidas totalmente en una categoría que por el que desaparece, como por un colador, su historia personal, su concreción biográfica. Algo parecido sucede con términos mediáticos como sin-papeles, ilegales. Hay algo terrible en cualquier clasificación de alguien.
El gesto mínimo entonces será pararse a pensar en lo que ciertas clasificaciones y palabras implican. Para empezar recordar qué se juega en el por del pordiosero.
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