Educación y distinción. A propósito de Bourdieu
(por Philippe Tacoronte)
Hace un par de días, un amigo docente, que había tenido un gran éxito con proyectos escolares de investigación en la península ibérica, me contaba la idea de emprender el próximo año otros proyectos similares, en el ámbito de las ciencias, pero con los alumnos en apariencia más desmotivados y supuestamente menos capaces según el criterio cuantitativo de las calificaciones.
Mi amigo estaba tímidamente poniendo en tela de juicio uno de los presupuestos sacrosantos de la función social del sistema educativo, la relación entre formación académica y distinción social, al menos según la perspectiva del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Entre sus múltiples trabajos de análisis social desde su sociología de Argelia hasta los dedicados a la función social de dominio ejercida en con arreglo a la posesión de bienes culturales- ocupa un especial lugar su libro dedicado a la vida educativa en Francia. Especial por su clarividencia y porque originó en su tiempo intensos debates en su país, hasta el punto de convertirse en referencia insoslayable a la hora de reformar el sistema educativo.
Trataremos de dar algunas líneas generales de las conclusiones a las que llegó Bourdieu en ese campo. En los centros educativos (por lo menos los franceses) reina la ideología del don, es decir, la creencia en la aparición incomprensible de talentos naturales que operan la selección entre alumnos aventajados, por un lado, y mediocres o destinados al fracaso escolar, por otro. Los estudios de Bourdieu pretenden demostrar que la escuela se limita a legitimar la cultura ya establecida de las clases cultivadas y económicamente solventes, de modo que los estratos humildes de la sociedad deben hacer un doble esfuerzo: deponer en el colegio las marcas de su procedencia y aculturarse según los modelos ya previamente legitimados. El ambiente de una familia culta, la asistencia regular a museos, conciertos, teatro, el valor de la lectura, convierte el periodo de escolarización en una prolongación de las formas ya aprendidas en casa. Todo ello presupone, dice Bourdieu, un cuerpo de saberes y destrezas, de saber-decir, propios de las clases cultivadas.
Para Bourdieu, este proceso de aculturación no se ejerce sin lo que llama el ejercicio de una violencia simbólica del privilegio cultural. No es lo mismo, por tanto, facilidad para hacerse con una cultura que predisposición a asimilarla. El profesor y las instituciones académicas pueden funcionar muy frecuentemente entonces como refuerzos de las distinciones de clase de las que parten los niños según el origen de sus familias. Para Bourdieu habría un pacto tácito (no consciente) de colaboración entre docentes e hijos de familias cultivadas en lo que respecta a la distribución y herencia de las marcas de distinción, las cuales se asocian al poder económico y simbólico. Ahí residiría la violencia simbólica como forma de exclusión. Por ejemplo, discursos del estilo de ese niño es corto o aquel es muy inteligente sin mayores matices o análisis encubre la mentada ideología del don. Los educadores, ante todo, deben tomar conciencia de que no hay un grupo de elegidos para la gloria, aptos por naturaleza para comprender mejor o antes, sino desigualdades que son preciso compensar de algún modo. De modos que, dadas las circunstancias, hay que inventar.
A Bourdieu, los sociólogos liberales lo han acusado de determinista, de menospreciar la libertad individual y de reduccionista ciego al valor de la iniciativa individual. El propio Bourdieu se defiende indicando que la toma de conciencia de las opresiones y determinaciones sociales son el comienzo de toda crítica y por tanto de su transformación (y de hecho, los intentos de democratización de la educación en Francia han tenido muy en cuenta sus ideas). Por otro lado, la existencia de casos individuales (todos conocemos o incluso podríamos ser excepciones del diagnóstico de Bourdieu sobre el acceso no familiar a la formación cultural supuestamente más elevada) no invalida la gran capacidad explicativa de su modelo de comprensión social y de gran variedad de problemas educativos que desvela. La posibilidad de que esta crítica surja indica un potencial libre y liberador en el individuo. No se trata, por tanto, de la ficción de que todos seamos iguales para todo, sino de desenmascarar muchas de las distinciones como ficticias y socialmente construidas.
Otra cuestión que Bourdieu no toca, puesto que pretende limitarse al análisis sociológico y, en segundo paso, a la acción política (aunque ésta última en verdad la implique, no por ello la tematiza) es la cuestión ética: ¿somos responsables de los otros hasta el punto de comprometernos en transformar las injustas distribuciones de los bienes culturales? ¿O cada cuál debe buscarse la vida, como bien reza el credo individualista del sujeto liberal puro?
Creo que mi amigo el profesor-investigador ya ha comenzado a responder con la intención de fondo que animaría su nuevo proyecto con otros alumnos, distintos también, pero en el sentido de esa otra educación venidera, infinitamente por venir, diría Jacques Derrida.
Hace un par de días, un amigo docente, que había tenido un gran éxito con proyectos escolares de investigación en la península ibérica, me contaba la idea de emprender el próximo año otros proyectos similares, en el ámbito de las ciencias, pero con los alumnos en apariencia más desmotivados y supuestamente menos capaces según el criterio cuantitativo de las calificaciones.
Mi amigo estaba tímidamente poniendo en tela de juicio uno de los presupuestos sacrosantos de la función social del sistema educativo, la relación entre formación académica y distinción social, al menos según la perspectiva del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Entre sus múltiples trabajos de análisis social desde su sociología de Argelia hasta los dedicados a la función social de dominio ejercida en con arreglo a la posesión de bienes culturales- ocupa un especial lugar su libro dedicado a la vida educativa en Francia. Especial por su clarividencia y porque originó en su tiempo intensos debates en su país, hasta el punto de convertirse en referencia insoslayable a la hora de reformar el sistema educativo.
Trataremos de dar algunas líneas generales de las conclusiones a las que llegó Bourdieu en ese campo. En los centros educativos (por lo menos los franceses) reina la ideología del don, es decir, la creencia en la aparición incomprensible de talentos naturales que operan la selección entre alumnos aventajados, por un lado, y mediocres o destinados al fracaso escolar, por otro. Los estudios de Bourdieu pretenden demostrar que la escuela se limita a legitimar la cultura ya establecida de las clases cultivadas y económicamente solventes, de modo que los estratos humildes de la sociedad deben hacer un doble esfuerzo: deponer en el colegio las marcas de su procedencia y aculturarse según los modelos ya previamente legitimados. El ambiente de una familia culta, la asistencia regular a museos, conciertos, teatro, el valor de la lectura, convierte el periodo de escolarización en una prolongación de las formas ya aprendidas en casa. Todo ello presupone, dice Bourdieu, un cuerpo de saberes y destrezas, de saber-decir, propios de las clases cultivadas.
Para Bourdieu, este proceso de aculturación no se ejerce sin lo que llama el ejercicio de una violencia simbólica del privilegio cultural. No es lo mismo, por tanto, facilidad para hacerse con una cultura que predisposición a asimilarla. El profesor y las instituciones académicas pueden funcionar muy frecuentemente entonces como refuerzos de las distinciones de clase de las que parten los niños según el origen de sus familias. Para Bourdieu habría un pacto tácito (no consciente) de colaboración entre docentes e hijos de familias cultivadas en lo que respecta a la distribución y herencia de las marcas de distinción, las cuales se asocian al poder económico y simbólico. Ahí residiría la violencia simbólica como forma de exclusión. Por ejemplo, discursos del estilo de ese niño es corto o aquel es muy inteligente sin mayores matices o análisis encubre la mentada ideología del don. Los educadores, ante todo, deben tomar conciencia de que no hay un grupo de elegidos para la gloria, aptos por naturaleza para comprender mejor o antes, sino desigualdades que son preciso compensar de algún modo. De modos que, dadas las circunstancias, hay que inventar.
A Bourdieu, los sociólogos liberales lo han acusado de determinista, de menospreciar la libertad individual y de reduccionista ciego al valor de la iniciativa individual. El propio Bourdieu se defiende indicando que la toma de conciencia de las opresiones y determinaciones sociales son el comienzo de toda crítica y por tanto de su transformación (y de hecho, los intentos de democratización de la educación en Francia han tenido muy en cuenta sus ideas). Por otro lado, la existencia de casos individuales (todos conocemos o incluso podríamos ser excepciones del diagnóstico de Bourdieu sobre el acceso no familiar a la formación cultural supuestamente más elevada) no invalida la gran capacidad explicativa de su modelo de comprensión social y de gran variedad de problemas educativos que desvela. La posibilidad de que esta crítica surja indica un potencial libre y liberador en el individuo. No se trata, por tanto, de la ficción de que todos seamos iguales para todo, sino de desenmascarar muchas de las distinciones como ficticias y socialmente construidas.
Otra cuestión que Bourdieu no toca, puesto que pretende limitarse al análisis sociológico y, en segundo paso, a la acción política (aunque ésta última en verdad la implique, no por ello la tematiza) es la cuestión ética: ¿somos responsables de los otros hasta el punto de comprometernos en transformar las injustas distribuciones de los bienes culturales? ¿O cada cuál debe buscarse la vida, como bien reza el credo individualista del sujeto liberal puro?
Creo que mi amigo el profesor-investigador ya ha comenzado a responder con la intención de fondo que animaría su nuevo proyecto con otros alumnos, distintos también, pero en el sentido de esa otra educación venidera, infinitamente por venir, diría Jacques Derrida.
7 comentarios
yo misma -
Por curiosidad, cuantas veces se presentaron las alumnas?
Philippe Tacoronte -
Philipenses Tacoronte -
daniel -
hideyoshi -
hideyoshi 2 -
hideyoshi -