CARNE Y MATERIA
(por Fernando Yupanqui)
Es claro que en general, al hablar del mundo concreto y la vida empírica, se suele decir que eso es "lo material", lo tangible. Recuerdo algún comentario sobre la cuestión en Trapera. Pues bien, sería interesante, creo, considerar y revisar en toda su complejidad la nociones de "materia" y "cuerpo", sobre todo cuando se confunde, cientifismo mediante, tales términos con el cuerpo del hombre o, mejor dicho, con la "carne viva", la carne, no el cuerpo, que nos constituye como seres vivos.
¿Será posible y viable pensar la carne, nuestra carne, como un objeto, como un cuerpo material-mecánico, aquél del cual se ocupan tanto la física cuántica como la química o la biología? Es cada vez más generalizada la creencia de que la carne que nos constituye es un cuerpo o un ordenador. De que sólo estamos compuestos de fenómenos químicos, biológicos, materiales, que determinarían nuestra vida psíquica, espiritual. Fenómenos que, sin duda, indican que la carne del hombre es algo inerte, semejante a los cuerpos que encontramos en el universo material, una piedra.
Pero hay una objeción a tal afirmación, como nos dice el fenomenólogo cristiano Michel Henry. Un abismo separa a los cuerpos materiales de la carne de las personas. Un cuerpo material, y cito a Henry, "no siente ni se experimenta a sí mismo, no se ama ni se desea". La mesa no "toca", no siente lo que le rodea, lo exterior a sí, es decir, en ella no hay "sentido" ni sentidos que experimentar, que "vivir", siendo esa Vida lo inexplicable por excelencia, lo no programado, lo Revelado, la venida del Verbo a la Carne, según el cristianismo. Pero lo que siente, lo que experimenta, lo que vive, es la carne de la persona. La carne que, precisamente por estar destinada a morir, puede sentir, está viva.
En un momento, y sin detenernos excesivamente en la cuestión por motivos obvios, nos damos cuenta de que la carne viva, persona, y el cuerpo, ente "objetivo", se diferencian infinitamente. Se oponen como el sentir y el no sentir. Por un lado, la carne, que goza de sí; por otro, el cuerpo u objeto, materia ciega, inerte. Sin duda, el conocimiento que tenemos de los cuerpos inertes es mínimo. De ninguna manera podríamos recaer en el misterio que supone la presencia de una piedra, del mundo vegetal o, en menor medida, animal. Entonces, mejor será callarnos y hablar sobre lo que nos concierne, porque, de lo contrario, aparece a violencia.
Aparece la violencia cuando el Logos griego se apropia de la Revelación de la Vida, de la íntima Encarnación que en realidad nada tiene de mundana, pues el hombre no se ha dado vida a sí mismo, sino que, fundamentalmente, ha sido dado, más allá de sí, a la Vida. Aparece la violencia cuando la razón se convierte en el único paradigma de pensamiento que ha de arrasar con todo lo que difiera de ella. La apropiación del Misterio sólo puede conducir al suicidio. Por ello, no es extraño que la castradora cientificidad propia de nuestro tiempo esté portando a la condición humana a un suicidio sin precedentes, a la experiencia de una vida programada, científicamente economizada, no Revelada, que, en realidad, responde a puros intereses ideológicos. Ahí vemos las implicaciónes políticas que puede contener la fenomenología cristiana de Henry. ¿Podría politizarse la carne?
Si el Verbo se hace Carne, como dice el Evangelio de Juan, si el cuerpo inerte se convierte en Carne Viva, si el cuerpo se "Revela", es decir, se Encarna, pues la Revelación es obra de la carne, entonces, "es la carne y no el cuerpo quien debe servirnos de hilo conductor para pensar la Encarnación en sentido cristiano". Ni siquiera hablaríamos de que la carne es el "soporte" de la vida; hablaríamos de que la Vida misma reside en la carne, ha sido dada a la carne, es la carne. Carne que, no estando compuesta de partículas ni de átomos, sino de placeres y sufrimientos, de hambre y de sed, es decir, de Vida, lleva en ella un "yo". Carne que tiene la inmensa particularidad de auto-afectarse, de experimentarse a sí misma, de estar totalmente desdoblada. Desdoblamiento que, en palabras de Cristo, tiene su residencia "no en este mundo", porque el mundo es, otra vez, un objeto ciego.
Es claro que en general, al hablar del mundo concreto y la vida empírica, se suele decir que eso es "lo material", lo tangible. Recuerdo algún comentario sobre la cuestión en Trapera. Pues bien, sería interesante, creo, considerar y revisar en toda su complejidad la nociones de "materia" y "cuerpo", sobre todo cuando se confunde, cientifismo mediante, tales términos con el cuerpo del hombre o, mejor dicho, con la "carne viva", la carne, no el cuerpo, que nos constituye como seres vivos.
¿Será posible y viable pensar la carne, nuestra carne, como un objeto, como un cuerpo material-mecánico, aquél del cual se ocupan tanto la física cuántica como la química o la biología? Es cada vez más generalizada la creencia de que la carne que nos constituye es un cuerpo o un ordenador. De que sólo estamos compuestos de fenómenos químicos, biológicos, materiales, que determinarían nuestra vida psíquica, espiritual. Fenómenos que, sin duda, indican que la carne del hombre es algo inerte, semejante a los cuerpos que encontramos en el universo material, una piedra.
Pero hay una objeción a tal afirmación, como nos dice el fenomenólogo cristiano Michel Henry. Un abismo separa a los cuerpos materiales de la carne de las personas. Un cuerpo material, y cito a Henry, "no siente ni se experimenta a sí mismo, no se ama ni se desea". La mesa no "toca", no siente lo que le rodea, lo exterior a sí, es decir, en ella no hay "sentido" ni sentidos que experimentar, que "vivir", siendo esa Vida lo inexplicable por excelencia, lo no programado, lo Revelado, la venida del Verbo a la Carne, según el cristianismo. Pero lo que siente, lo que experimenta, lo que vive, es la carne de la persona. La carne que, precisamente por estar destinada a morir, puede sentir, está viva.
En un momento, y sin detenernos excesivamente en la cuestión por motivos obvios, nos damos cuenta de que la carne viva, persona, y el cuerpo, ente "objetivo", se diferencian infinitamente. Se oponen como el sentir y el no sentir. Por un lado, la carne, que goza de sí; por otro, el cuerpo u objeto, materia ciega, inerte. Sin duda, el conocimiento que tenemos de los cuerpos inertes es mínimo. De ninguna manera podríamos recaer en el misterio que supone la presencia de una piedra, del mundo vegetal o, en menor medida, animal. Entonces, mejor será callarnos y hablar sobre lo que nos concierne, porque, de lo contrario, aparece a violencia.
Aparece la violencia cuando el Logos griego se apropia de la Revelación de la Vida, de la íntima Encarnación que en realidad nada tiene de mundana, pues el hombre no se ha dado vida a sí mismo, sino que, fundamentalmente, ha sido dado, más allá de sí, a la Vida. Aparece la violencia cuando la razón se convierte en el único paradigma de pensamiento que ha de arrasar con todo lo que difiera de ella. La apropiación del Misterio sólo puede conducir al suicidio. Por ello, no es extraño que la castradora cientificidad propia de nuestro tiempo esté portando a la condición humana a un suicidio sin precedentes, a la experiencia de una vida programada, científicamente economizada, no Revelada, que, en realidad, responde a puros intereses ideológicos. Ahí vemos las implicaciónes políticas que puede contener la fenomenología cristiana de Henry. ¿Podría politizarse la carne?
Si el Verbo se hace Carne, como dice el Evangelio de Juan, si el cuerpo inerte se convierte en Carne Viva, si el cuerpo se "Revela", es decir, se Encarna, pues la Revelación es obra de la carne, entonces, "es la carne y no el cuerpo quien debe servirnos de hilo conductor para pensar la Encarnación en sentido cristiano". Ni siquiera hablaríamos de que la carne es el "soporte" de la vida; hablaríamos de que la Vida misma reside en la carne, ha sido dada a la carne, es la carne. Carne que, no estando compuesta de partículas ni de átomos, sino de placeres y sufrimientos, de hambre y de sed, es decir, de Vida, lleva en ella un "yo". Carne que tiene la inmensa particularidad de auto-afectarse, de experimentarse a sí misma, de estar totalmente desdoblada. Desdoblamiento que, en palabras de Cristo, tiene su residencia "no en este mundo", porque el mundo es, otra vez, un objeto ciego.
7 comentarios
Fernando -
Bethencourt -
Gracias, Fernando.
Philippe Tacoronte -
perera -
luis -
perera -
Luis -