LA CITA (BLANCHOT Y GELMAN)
(por Fernando Yupanqui)
Donde se emplaza la cita adviene el pasado. La cita expone el discurso propio a la interrupción de lo ajeno. Entonces, se abre el tiempo, un tiempo que en su morada ha de dejarse atravesar por el futuro de la citación.
Es así como venimos a intentar explicitar ese tiempo doble en Valer la pena, último poemario, publicado hace ya tiempo por la editorial Visor, del escritor judeoargentino Juan Gelman (1930). El título de la obra se escribe precisamente como cita con Francisco Urondo, poeta argentino suicidado en 1974 por la célula fascista de las 3 A; Valer la pena es un verso del propio Urondo. Cuán significativo resultará, entonces, que Gelman encabece su libro con una cita de su amigo Urondo: ¿qué habrá de subversivo en las palabras citadas del poeta sacrificado? ¿Qué carga subversiva pervivirá aún en el Nombre de quien en el pasado fue desaparecido por el espíritu del progreso, es decir, del fascismo? A partir de aquí, sobre todo habremos de preguntaremos hacia dónde nos conducirán la rememoración, la mirada y la Historia observada desde el lugar de los arrasados bajo nuestros pies. Pues, sin lugar a dudas, como diría Walter Benjamin, esta cita trae al presente toda la fuerza revolucionaria de un Tiempo-ahora pasado, presencia del rostro impostergable de la barbarie.
En consonancia con algunos poemas de Gelman hemos interpretado-, el pensador francés Maurice Blanchot, en Los intelectuales en cuestión (Tecnos, 2003), examina a partir de sus teoría ética la trayectoria del intelectual, en ejemplo de renombradas figuras como Valéry o Barrés (por el caso Dreyfus) y Heidegger (por su probable nazismo); se trata de pensadores situdos en las antípodas del incondicional compromiso ético-escatológico con los excluidos y los sacrificados, dirá Blanchot, que todo Sistema se lleva puesto. Se trata de pensadores dispuestos o, al menos, contemplativos ante el sacrificio.
Compromiso, el blanchotiano, presente (con Urondo, y más allá) en Valer la pena de Juan Gelman, poeta que posa sus versos, en palabras de Franz Rosenzweig, ante una brecha ciega abierta en nuestras vidas: la angustia que ante la injusta muerte de los otros ha de preceder todo conocimiento. De los muertos se levanta / un párpado, un aguijón, una pregunta / en su nueva batalla. Los vivos / están untados de espanto.
Escribe Blanchot que el intelectual sin sospecha, o sea, el ingenuo metafísico, no desea avizorar ningún universal ético-político de lo justo y de lo injusto. Pues asfixiantes conceptos como Patria, Cultura, Ser, o Belleza le colman de camino a un esencialismo o a un relativismo, como es el caso, hoy, de Habermas, que borra toda posible irrupción del impensado mandamiento que nos aborda desde la alteridad. Corrupción entonces, absolutización, de la escritura, del pensamiento. Es así como Maurice Blanchot, que, por otra parte, es sin duda uno de los críticos literarios más brillantes que han existido jamás, toma partido, desde su veta más levinasiana, en su conversión; en la venida que confía en quien le hace seña y verdad cara a cara. Escribe Gelman, por su parte: Los que murieron dicen / su palabra de mí otra vez. Como callando a tiempo, divisamos al poeta en la simpleza del intelectual que cuida Blanchot, el que conoce sus limitaciones dentro de la comunidad; el que piensa la muerte a partir de la fragilidad del Yo y de su exposición a la contingencia del mundo, desterrando todo idealismo, todo solipsismo metafísico; él guarda las distancias y unas veces habla con rotundidad y otras (escribe) con la paciencia de quien se pregunta por el sentido de la Historia de los vencidos: La palabra que / cruzó el horror, ¿qué hace?
Podemos aquí alumbrar, entrelíneas, y en ambos autores, la experiencia del tiempo cultivada por el mundo judeocristiano como comunidad oprimida, de esclavos que se revelan contra el poder en vistas de la interrupción de la historia y el sufrimiento humanos (aquí ya se prefigura Marx y gran parte del pensamiento antihegemónico), dando fe de que el mundo de ninguna manera es el mejor de los posibles. Se trata de un espíritu, como nos dicen sus filósofos, que se compromete con la total actualización de la injusticia, pues el tiempo nos reúne con ella mientras aún sea posible, haciéndonos en todo momento responsables de su experiencia; todo pasado-presente continúa donde la palabra está tendida hacia la doble e imborrable dependencia de lo dicho: ¿Estás ahí, país? La palabra / avanza y choca con / el vacío de su revelación. Así es como Gelman apunta a nuestro presente en su pasado y su futuro. El mismo Gelman que fue retenido en el aeropuerto de Tel Aviv por criticar al gobierno de Israel, el cual, para él, poco o nada tiene que ver con el sionismo utópico de Buber, con la vocación ética del judaísmo que comienza con el mandato de NO MATARÁS.
¿Es posible dar vuelta la lengua, palpar / su agujero de nuncas?, dice el poeta. ¿Serán esos nuncas los silencios impuestos por la moralidad vencedora del progreso y el orden, por la violencia del tiempo dialéctico? Si es así, acudirá la memoria passionis, un radical cuestionamiento de la historia de los vencedores, a la escritura de Gelman y Blanchot. Pues el pasado es también el tiempo que espera al hombre, la vida en expectativa. El alma se queda sin adentro? ¿Es / la que te mira y no le queda nada? / ¡En qué vacío estás, amor mío! / El cruel veneno de nuestra vida o peste / tiene pedazos que brillan / en el mercado de las miserias al sol.
Obviamente no encuadramos a Gelman dentro de cierta empobrecedora poesía social, aquella que embarga sus propias posibilidades de ofrecerse como lenguaje. Hablamos de un decir donde nada de lo humano es ajeno, donde la belleza revoluciona reconciliándose con la verdad y el sufrimiento de quien habla la lengua del empujado, de quien nos nombra en imperativo. Imperativo (y volvemos a Blanchot) que demanda a cada uno la necesidad urgente de exponerse a los riesgos de la vida pública, reconociéndose responsable de alguien (desaparecido, amenazado) que, aparentemente, no significa nada [...]. Imperativo que se presencia ante el intelectual que en favor del prójimo no tiene más remedio que renunciar a la única exigencia propia, la exigencia de lo desconocido, de la extrañeza y de la lejanía. Exigencia, el riesgo de la Palabra.
En cierto momento, al preguntamos como Blanchot, ¿qué clase de mandamiento exterior es ese al que debe responder (la persona), que le obliga a incorporarse al mundo y asumir una responsabilidad suplementaria que puede acabar perdiéndole?, seguiremos preguntando: ¿desde dónde el llamado de responsabilidad contra la injusticia, la valoración del cuerpo como lugar sagrado e irrepetible? Porque el llamado ha venido desde afuera, nunca ha sido autonomía.
diciembre 2003-enero 2004
(Saludo a los traperenses en mi primera incursión)
Donde se emplaza la cita adviene el pasado. La cita expone el discurso propio a la interrupción de lo ajeno. Entonces, se abre el tiempo, un tiempo que en su morada ha de dejarse atravesar por el futuro de la citación.
Es así como venimos a intentar explicitar ese tiempo doble en Valer la pena, último poemario, publicado hace ya tiempo por la editorial Visor, del escritor judeoargentino Juan Gelman (1930). El título de la obra se escribe precisamente como cita con Francisco Urondo, poeta argentino suicidado en 1974 por la célula fascista de las 3 A; Valer la pena es un verso del propio Urondo. Cuán significativo resultará, entonces, que Gelman encabece su libro con una cita de su amigo Urondo: ¿qué habrá de subversivo en las palabras citadas del poeta sacrificado? ¿Qué carga subversiva pervivirá aún en el Nombre de quien en el pasado fue desaparecido por el espíritu del progreso, es decir, del fascismo? A partir de aquí, sobre todo habremos de preguntaremos hacia dónde nos conducirán la rememoración, la mirada y la Historia observada desde el lugar de los arrasados bajo nuestros pies. Pues, sin lugar a dudas, como diría Walter Benjamin, esta cita trae al presente toda la fuerza revolucionaria de un Tiempo-ahora pasado, presencia del rostro impostergable de la barbarie.
En consonancia con algunos poemas de Gelman hemos interpretado-, el pensador francés Maurice Blanchot, en Los intelectuales en cuestión (Tecnos, 2003), examina a partir de sus teoría ética la trayectoria del intelectual, en ejemplo de renombradas figuras como Valéry o Barrés (por el caso Dreyfus) y Heidegger (por su probable nazismo); se trata de pensadores situdos en las antípodas del incondicional compromiso ético-escatológico con los excluidos y los sacrificados, dirá Blanchot, que todo Sistema se lleva puesto. Se trata de pensadores dispuestos o, al menos, contemplativos ante el sacrificio.
Compromiso, el blanchotiano, presente (con Urondo, y más allá) en Valer la pena de Juan Gelman, poeta que posa sus versos, en palabras de Franz Rosenzweig, ante una brecha ciega abierta en nuestras vidas: la angustia que ante la injusta muerte de los otros ha de preceder todo conocimiento. De los muertos se levanta / un párpado, un aguijón, una pregunta / en su nueva batalla. Los vivos / están untados de espanto.
Escribe Blanchot que el intelectual sin sospecha, o sea, el ingenuo metafísico, no desea avizorar ningún universal ético-político de lo justo y de lo injusto. Pues asfixiantes conceptos como Patria, Cultura, Ser, o Belleza le colman de camino a un esencialismo o a un relativismo, como es el caso, hoy, de Habermas, que borra toda posible irrupción del impensado mandamiento que nos aborda desde la alteridad. Corrupción entonces, absolutización, de la escritura, del pensamiento. Es así como Maurice Blanchot, que, por otra parte, es sin duda uno de los críticos literarios más brillantes que han existido jamás, toma partido, desde su veta más levinasiana, en su conversión; en la venida que confía en quien le hace seña y verdad cara a cara. Escribe Gelman, por su parte: Los que murieron dicen / su palabra de mí otra vez. Como callando a tiempo, divisamos al poeta en la simpleza del intelectual que cuida Blanchot, el que conoce sus limitaciones dentro de la comunidad; el que piensa la muerte a partir de la fragilidad del Yo y de su exposición a la contingencia del mundo, desterrando todo idealismo, todo solipsismo metafísico; él guarda las distancias y unas veces habla con rotundidad y otras (escribe) con la paciencia de quien se pregunta por el sentido de la Historia de los vencidos: La palabra que / cruzó el horror, ¿qué hace?
Podemos aquí alumbrar, entrelíneas, y en ambos autores, la experiencia del tiempo cultivada por el mundo judeocristiano como comunidad oprimida, de esclavos que se revelan contra el poder en vistas de la interrupción de la historia y el sufrimiento humanos (aquí ya se prefigura Marx y gran parte del pensamiento antihegemónico), dando fe de que el mundo de ninguna manera es el mejor de los posibles. Se trata de un espíritu, como nos dicen sus filósofos, que se compromete con la total actualización de la injusticia, pues el tiempo nos reúne con ella mientras aún sea posible, haciéndonos en todo momento responsables de su experiencia; todo pasado-presente continúa donde la palabra está tendida hacia la doble e imborrable dependencia de lo dicho: ¿Estás ahí, país? La palabra / avanza y choca con / el vacío de su revelación. Así es como Gelman apunta a nuestro presente en su pasado y su futuro. El mismo Gelman que fue retenido en el aeropuerto de Tel Aviv por criticar al gobierno de Israel, el cual, para él, poco o nada tiene que ver con el sionismo utópico de Buber, con la vocación ética del judaísmo que comienza con el mandato de NO MATARÁS.
¿Es posible dar vuelta la lengua, palpar / su agujero de nuncas?, dice el poeta. ¿Serán esos nuncas los silencios impuestos por la moralidad vencedora del progreso y el orden, por la violencia del tiempo dialéctico? Si es así, acudirá la memoria passionis, un radical cuestionamiento de la historia de los vencedores, a la escritura de Gelman y Blanchot. Pues el pasado es también el tiempo que espera al hombre, la vida en expectativa. El alma se queda sin adentro? ¿Es / la que te mira y no le queda nada? / ¡En qué vacío estás, amor mío! / El cruel veneno de nuestra vida o peste / tiene pedazos que brillan / en el mercado de las miserias al sol.
Obviamente no encuadramos a Gelman dentro de cierta empobrecedora poesía social, aquella que embarga sus propias posibilidades de ofrecerse como lenguaje. Hablamos de un decir donde nada de lo humano es ajeno, donde la belleza revoluciona reconciliándose con la verdad y el sufrimiento de quien habla la lengua del empujado, de quien nos nombra en imperativo. Imperativo (y volvemos a Blanchot) que demanda a cada uno la necesidad urgente de exponerse a los riesgos de la vida pública, reconociéndose responsable de alguien (desaparecido, amenazado) que, aparentemente, no significa nada [...]. Imperativo que se presencia ante el intelectual que en favor del prójimo no tiene más remedio que renunciar a la única exigencia propia, la exigencia de lo desconocido, de la extrañeza y de la lejanía. Exigencia, el riesgo de la Palabra.
En cierto momento, al preguntamos como Blanchot, ¿qué clase de mandamiento exterior es ese al que debe responder (la persona), que le obliga a incorporarse al mundo y asumir una responsabilidad suplementaria que puede acabar perdiéndole?, seguiremos preguntando: ¿desde dónde el llamado de responsabilidad contra la injusticia, la valoración del cuerpo como lugar sagrado e irrepetible? Porque el llamado ha venido desde afuera, nunca ha sido autonomía.
diciembre 2003-enero 2004
(Saludo a los traperenses en mi primera incursión)
8 comentarios
Don Atahualpa: -
Philipus -
AGUSTIN BETHENCOURT -
Sin grandilocuencias, sin estridencia; sólo pretendo dejar constancia de que ha nacido un escritor: bajo el sol de Oramas y trayendo consigo los aires buenos del país plateado.
Esperar es también tener esperanza. Por eso espero -a partir de ahora y también hacia el pasado- más textos del señor Yupanqui.
Esperanza fundada en una sólida base: tradiciones que dialogan y búsqueda sin concesiones. Vale.
daniel -
Fernando -
Otra cosa: decir del argentino que es excesivamente sentimental significa haber escuchado un mal tango-canción, e ignorar todo lo demás. Recomendaría (si puedo) leer a Juan L. Ortiz, Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Raimondi, Pizarnik, Carrera, Perlongher... Un saludo.
Carlos -
Fernando -
Daniel -
Otra cosa, tu texto ha sido seleccionado y mencionado en Libro de Notas (www.librodenotas.com). donde se recogen los mejores contenidos de la web en español. Felicidades.