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Derecho a no fumar

(por Miguel Izu)

La entrada en vigor de la “Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco”, que tal nombre lleva la conocida popularmente como “ley contra el tabaco”, pone las cosas cerca de donde siempre debieron estar.

Porque en este país el derecho a fumar siempre ha estado garantizado y lo sigue estando. Quien quiera puede y podrá libremente decidir que quiere fumar, puede adquirir libremente tabaco y puede consumirlo sin que nadie se lo prohíba. Lo que sucede es que ningún derecho puede ser ilimitado. Todo derecho tiene ciertas condiciones en cuanto al momento, lugar y otras circunstancias de su ejercicio principalmente para hacerlo compatible con los derechos de los demás. El derecho a fumar tiene sus límites en el derecho a no fumar. Y es este derecho, a no fumar, el que hasta el presente no ha estado reconocido ni respetado.

Hasta hace bien poco se ha entendido que quien quería fumar lo podía hacer en cualquier momento y en cualquier lugar, y que su derecho implicaba la potestad de obligar a las demás personas que estaban a su alrededor a aspirar el humo que fuera exhalando a la atmósfera. Es decir, que el derecho de los fumadores a fumar implicaba convertir al resto de la población en fumadores pasivos. Aunque los fumadores sean una minoría, parece ser que no más de la cuarta parte de la población.

Muchas personas que no sólo no queríamos respirar el humo del tabaco, sino que además nos hemos sentido agredidos por él debido a las molestias que origina (mal olor, irritación de las vías respiratorias y de los ojos) y a los daños que produce a la salud, nos hemos visto obligados muy a menudo a ser fumadores pasivos contra nuestra voluntad. He tenido que soportar el humo del tabaco cuando estudiaba (en mis tiempos universitarios se fumaba en las aulas y en las bibliotecas), cuando trabajaba, cuando viajaba en autobús, en tren o en avión, cuando iba al hospital, cuando veía un partido de fútbol o una corrida de toros y, por supuesto, cuando comía en un restaurante o entraba en un bar.

Cierto es que en los últimos años se han ido aprobando normas restrictivas que han ido limitando los lugares en los que se puede fumar y agredir la salud de quienes deben compartir el mismo aire y no quieren respirar el humo. Afortunadamente mediante normativa sectorial o autonómica (en Navarra tenemos una ley foral desde hace pocos años) se ha ido prohibiendo fumar en lugares de estudio o de trabajo, en centros sanitarios o en los transportes públicos. Ahora, con una ley estatal, por fin se reconoce con carácter general el derecho a no fumar que tenemos la mayoría de los ciudadanos frente a la minoría que nos ha estado imponiendo sistemáticamente la obligación de respirar humo en los espacios compartidos. La mayoría nos hemos tenido que rebelar por el civilizado método de legislar frente a la minoría que venía imponiendo de facto la dictadura del tabaco.

Por supuesto, esta ley aprobada con amplísimo consenso político y que cuenta con un extenso apoyo social que incluye a muchos fumadores conscientes de los límites de sus derechos está siendo objeto de ataque por quienes no se resignan a perder la posibilidad de seguir abusando de la paciencia de la mayoría. Hay quienes dicen que es una ley excesivamente dura. No me lo parece, porque todavía deja muchas posibilidades a los fumadores no sólo de fumar ellos (que lo pueden hacer siempre que no compartan el mismo aire con otros) sino de obligar a fumar a quienes les rodean. Sucede por ejemplo en los recintos de espectáculos al aire libre (por mucho aire libre que tenga, si uno está rodeado de fumadores de puros en el fútbol o en los toros acaba igual de envenenado que si tuviera techo), o sucede con quienes tengan que trabajar dentro de los espacios reservados a fumadores.

Se suele alegar en contra de la ley que las normas prohibitivas son excesivas; que hay una persecución de los fumadores, y que estas cuestiones se deben resolver con una mayor tolerancia entre todos. Se trata de argumentos perfectamente capciosos.

Si todos los fumadores fueran personas de exquisitos modales que nunca encendieran un cigarro sin preguntar a todos los que les rodean si va a molestar; si nunca fumaran sin haber sido autorizados expresamente a ello; si nunca fumaran en presencia de niños, enfermos o carteles que les rogaran no hacerlo; si apagaran inmediatamente sus cigarros en el momento en que advirtieran que alguien se siente molesto o que el ambiente se está cargando; si junto con el encendedor llevaran siempre en el bolsillo un cenicero y nunca arrojaran cenizas o colillas al suelo o las fueran depositando en ceniceros, platos o tazas que otros deberán ocuparse de recoger y limpiar; si nunca se les pasara por la imaginación fumar cerca de sustancias inflamables; si nunca concurrieran a aglomeraciones humanas portando un cigarro con la parte encendida apuntando hacia los demás para asegurarse de que si alguien se quema no vaya a ser el portador sino su vecino... Si los fumadores se portaran de ese modo, no harían falta normas prohibitivas. Como tampoco sería necesario establecer límites de velocidad si ningún conductor hubiese rebasado jamás los 60 kilómetros por hora ni controles de alcoholemia si nunca nadie hubiese cogido un volante después de haber ingerido alcohol.

Pero la realidad es la que es. Los avances que hemos visto en los últimos años en cuanto a que quienes no queremos fumar lo tenemos que hacer en menos sitios y con menor frecuencia han venido de la existencia de normas prohibitivas. Mientras no existieron, yo me cansé de advertir en los lugares donde he trabajado que me molestaba el humo y de tener que soportarlo de todos modos. Desde que en Navarra se prohibió fumar en los centros de trabajo he tenido que padecer el humo mucho menos. Bienvenidas las prohibiciones en este caso. La tolerancia consiste en que se respeten los derechos de todos; no los derechos de algunos a costa de los derechos de otros.

Algunos agoreros anuncian que la ley provocará conflictos. No sé si quieren decir que, frente a la infinita paciencia que hemos demostrado durante años la mayoría de la población que no queríamos fumar teniéndolo que hacer, los fumadores no van a soportar pacíficamente tener que respetar el derecho ajeno. Si esto fuera así, es obvio que hacían mucha falta prohibiciones y mano dura.

 

(Artículo de Miguel Izu, recogido de Rebelion)

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